Libro quinto - De la naturaleza de las cosas - poema en seis cantos de Tito Lucrecio
De Searchology
De la naturaleza de las cosas
Poema en seis cantos de Tito Lucrecio Caro ; traducido por D. José Marchena
DE RERUM NATURA - Acerca la Naturaleza de las cosas
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Libro Quinto
- ¿Quién con robusto pecho cantar puede
- Según la majestad de los objetos
- Estos descubrimientos asombrosos;
- O quién tan elocuentes labios tiene
- Que pueda celebrar las alabanzas
- Según merece aquel sublime genio
- Que nos dejó los frutos de su mente?
- Nadie que mortal cuerpo haya tenido;
- Porque, si como exige la grandeza
- De los descubrimientos de las cosas
- Es preciso que hablemos de las mismas,
- Un dios fue aquél, un dios, ínclito Memmio,
- Que primero inventó aquel plan de vida
- Que hoy de sabiduría tiene nombre,
- Haciendo que por medio de este arte
- Sucediese la calma a las tormentas,
- Y a las tinieblas una luz hermosa.
- Los inventos antiguos de otros dioses
- Compara tú con éstos: porque dicen
- Haber a los mortales enseñado
- Ceres el modo de coger los frutos
- Y el zumo de la vid el padre Baco;
- Pudiéndose vivir sin estos dones,
- Como cuentan que viven al presente
- Muchas naciones: pero sin virtudes,
- Vivir no se podría felizmente:
- Tenemos, pues, justísimos motivos
- De ser un dios para nosotros éste
- Cuyos dulces consuelos extendidos
- Por todas las naciones de la tierra
- Los ánimos halagan en sus cuitas.
- Estás muy engañado si presumes
- Que los trabajos de Hércules le exceden;
- ¿Pues , qué daño al presente nos harían
- Aquella boca del león nemeo
- Anchurosa, y las cerdas erizadas
- Del jabalí de Arcadia? ¿qué podrían
- De Creta el toro, y la lernea plaga
- De la hidra atrincherada de serpientes
- Ponzoñosas? o ¿qué de los tres cuerpos
- Del enorme Gerión se nos daría?
- ¿Y acaso los caballos de Diomedes,
- Cuyas narices fuego resollaban
- Allá cerca del Ísmaro en la Tracia
- Y en las Bistonias costas nos dañaran?
- ¿Qué las aves de Arcadia con sus garras,
- Del Estínfalo horribles moradoras?
- ¿Qué daño, en fin, hiciera el guardián fiero
- Del jardín y fulgentes pomas de oro
- De Hespérides, aquel dragón furioso
- Que vibraba amenazas de sus ojos,
- Y cuyo enorme cuerpo el rico tronco
- Con roscas y más roscas abrazaba
- Del océano Atlántico las playas
- Y cerca de aquel mar inaccesible
- Sobre el cual nunca osaron exponerse
- Ni romanos ni bárbaros? ¿qué hicieran,
- Aunque se viesen monstruos semejantes
- Y el mundo no estuviera limpio de ellos?
- No causarían daño, según pienso;
- Ahora hierve la tierra todavía
- En alimañas, y el espanto reina
- Por los bosques, y selvas y montañas;
- Podemos evitarlas sin embargo.
- Pero si no tenemos limpio el pecho,
- ¡Qué combates tan recios sostendremos!
- Y a pesar nuestro, entonces, ¡cuántos riesgos
- Tenemos que vencer! ¡de qué inquietudes,
- De qué cuidados y de qué temores
- No es desgarrado el corazón del hombre
- Que se entrega sin freno a sus pasiones!
- ¡Cuántos estragos hacen en su alma
- Orgullo, obscenidad y petulancia!
- ¡Cuántos el lujo y la desidia torpe!
- Así el que a todos estos enemigos
- Hubiera sujetado, y de su pecho
- Los hubiese lanzado con las armas
- De la razón tan sólo, ¿no debemos
- Colocar este hombre entre los dioses?
- ¿Qué diremos si en términos divinos
- Su lengua desató este mismo sabio
- Para hablar de los dioses inmortales
- Y para descubrir a nuestros ojos
- De la naturaleza los misterios?
- Entrando yo en la senda que me he abierto,
- Proseguiré enseñándote las leyes
- Que hacen que todo ser tenga su límite
- Según su formación, y que no pueda
- Pasar jamás los límites prescritos
- A su duración propia: pues habiendo
- Probado nace el alma con nosotros,
- Que no puede durar eternamente,
- Que no son más que vanos simulacros
- Las fantasmas, imágenes de muertos,
- Que creemos en sueños ver nosotros:
- Y el orden mismo de mi objeto ahora
- Me conduce a tratar del nacimiento
- Del mundo y de su término postrero;
- Y también a explicarte de qué modo
- Los átomos unidos han formado
- La tierra, el cielo, el mar, el Sol, los astros,
- Y el globo de la Luna: qué animales
- Ha parido la tierra, y cuáles nunca
- Pudieron existir: y por qué encanto,
- Variando los hombres las palabras
- Entre sí, establecieron el comercio
- De las ideas; cómo se introdujo
- Aquel miedo a los dioses en los pechos
- Que en todos los países de la tierra
- Conserva templos, lagos, bosques, aras,
- Y las santas estatuas de los dioses.
- Explicaré las leyes que ha prescrito
- Del Sol al curso la Naturaleza
- Y a las revoluciones de la Luna;
- Para que no creamos falsamente
- Que por un espontáneo movimiento
- Eternamente ruedan estos astros
- Tan obsequiosos entre cielo y tierra,
- Para acrecentamiento de los frutos
- Y de los animales: o que sea
- A los dioses debido en cierto modo
- El período de sus revoluciones:
- Porque los que estuvieren persuadidos
- Del descuido en que viven las deidades,
- Si no obstante se admiran de las causas,
- Aun de las naturales apariencias
- Que se observan encima de nosotros
- En la región etérea, nuevamente
- Caen en su inveterado fanatismo
- Y nos ponen tiranos inflexibles,
- A quienes para colmo de miseria
- Conceder un poder ilimitado,
- Por no saber qué cosa existir puede,
- Cuál no puede, y los límites precisos
- Que ha señalado la Naturaleza,
- En fin, a la energía de los cuerpos.
- Yo no ignoro cuán nueva e increíble
- Es la opinión de que la tierra y cielo
- Se acabarán, y cuán difícil sea
- Para mí convencer a los mortales
- De una verdad que hasta ahora no ha llegado,
- A sus oídos; que por otra parte
- No pueden a la vista sujetarla
- Ni al tacto, los dos únicos caminos
- Que a la evidencia guían hasta el templo
- Del espíritu humano: sin embargo,
- Yo romperé el silencio: la experiencia
- Vendrá quizá en apoyo de mi aserto;
- Verás quizá dentro de poco tiempo,
- Agitado de horribles terremotos,
- Todo el orbe en ruinas convertido.
- Aleje de nosotros el destino
- Desastre semejante; el raciocinio
- Convénzanos más bien que la experiencia
- De que es posible se hunda todo el Globo
- Con un fragor horrísono deshecho.
- Antes de que yo empiece a revelarte
- Los decretos del hado más sagrados
- Y mucho más seguros que no aquéllos
- Que pronuncia la Pitia coronada
- De laurel en la trípode de Apolo,
- Quiero infundirte aliento con verdades
- Consoladoras, por si acaso piensas,
- De la superstición aherrojado,
- Que la Tierra y el Sol, el mar, el cielo,
- Los astros y la Luna son substancias
- Eternas y divinas; presumiendo
- Que son impíos como los gigantes,
- Dignos de los suplicios más atroces
- Por su horrible atentado, los que quieran
- Desbaratar las bóvedas del Mundo
- Y apagar la clarísima lumbrera
- Del Sol con vanas argumentaciones,
- Tratando lo inmortal con mortal labio.
- Pero están estos cuerpos tan distantes
- De la divinidad, y nos parecen
- Tan indignos de estar entre los dioses,
- Que, al contrario, más bien nos dan ideas
- De una materia bruta inanimada:
- No se debe creer que el sentimiento
- E inteligencia sean propiedades
- De cualquier cuerpo indiferentemente.
- Así como en el aire estar no puede
- El árbol, ni en el mar salado nubes,
- Ni peces en los campos, ni en los leños
- La sangre, ni los jugos en las piedras,
- Porque ha prescrito la naturaleza
- A cada ser el sitio donde nazca,
- Y do se desarrolle; así no puede
- Nacer el alma aislada sin un cuerpo,
- Sin nervios y sin sangre: si posible
- Y fácil fuera, mucho más podría
- Formarse en la cabeza o en los hombros,
- O en los talones o en cualquiera parte
- Del cuerpo; porque al fin ella estaría
- En el mismo hombre y vaso de continuo.
- Mas como estamos ciertos que en el cuerpo
- Tienen ánimo y alma en sitio fijo
- Donde nacen y crecen apartados;
- Por lo mismo diremos que no puede
- El alma subsistir sino en un cuerpo,
- Y sin forma animal en los terrones
- Pesados de la tierra, o en el fuego
- Del Sol, o en el agua o en los aires:
- Luego no están dotadas estas masas
- De alma divina, puesto que no pueden
- Gozar el movimiento de la vida.
- Tampoco puedes presumir que tengan
- Los dioses sus moradas sacrosantas
- En una de las partes de este mundo:
- Porque ellos son substancias tan sutiles,
- Que el sentido no puede percibirlas,
- Ni el espíritu apenas comprenderlas:
- Si escapan al contacto de las manos,
- No deben tocar ellos ningún cuerpo
- Que podamos tocar; porque no puede
- Tocar el que de suyo es intangible:
- Luego muy diferentes de las nuestras
- Deben ser sus moradas, tan sutiles
- Como sus cuerpos: lo que extensamente
- Te probaré en la serie de mi escrito.
- Decir, a la verdad, que en favor nuestro
- Han querido los dioses disponernos
- El orden bello de naturaleza;
- Que debemos loar por esto mismo
- Esta obra admirable de los dioses;
- Por inmortal y eterna reputarla;
- Que es un crimen minar con lengua osada
- De este edificio eterno los cimientos,
- Que levantó para la especie humana
- El saber de los dioses inmortales:
- Estas fábulas y otras semejantes
- Indicio, ¡oh Memmio!, son de gran locura.
- ¿Qué utilidad nuestro agradecimiento
- Podría acarrear a aquellos seres
- Inmortales por sí y afortunados,
- Para empeñarlos en obsequio nuestro
- A emprender esta obra y concluirla?
- ¿O qué nuevo interés pudo inducirlos
- Pacíficos después de tantos siglos
- A codiciar nuevo tenor de vida?
- Aquél sólo apetece las mudanzas
- Que de suerte infeliz es perseguido:
- Pero aquél que jamás probó infortunio
- Gozando de tranquila y dulce vida,
- ¿Qué nuevo estado pudo enamorarle?
- ¿En las tinieblas y en angustia estaba
- Su vida acaso hundida hasta el momento
- En que nueva brilló naturaleza?
- Y de no haber nacido, ¿qué desgracia
- Nos podía venir? Cualquier nacido
- Tan sólo debe apetecer la vida
- Mientras blando placer le tenga en ella:
- Pero aquél que jamás contado fuera
- Entre los que gustaron su dulzura,
- ¿En no haber existido, qué perdiera?
- ¿De dónde, pues, sacaron las deidades
- Para la creación del Universo
- El ejemplar y la primera idea
- De los hombres, de modo que pudiesen
- Y ejecutarle? o ¿cómo conocieron
- Las cualidades de los elementos,
- Y lo que pueden sus combinaciones
- Diferentes, a no ser que la misma
- Naturaleza lo haya declarado?
- Porque al cabo de siglos infinitos
- Los muchos elementos de materia
- Por choques exteriores sacudidos,
- Y de su mismo peso arrebatados
- Y llevados con raudo movimiento,
- De diversas maneras se juntaron,
- Probaron todas las combinaciones
- De que pudiesen resultar los seres;
- Por lo que no es extraño que hayan dado
- Con la disposición y movimientos
- Que forman este mundo y le renuevan.
- Suponiendo que yo mismo ignorara
- De los principios la naturaleza,
- A asegurar, no obstante, me atreviera,
- Cielo y naturaleza contemplando,
- Que no puede ser hecha por los dioses
- Máquina tan viciosa e imperfecta.
- Cuanto coge la bóveda celeste
- Del globo que habitamos, en gran parte
- Las montañas y selvas y las fieras
- Como si fuera propio lo dominan;
- El mar que nos lo estrecha con sus brazos
- Las rocas y lagunas lo poseen;
- Un ardor insufrible, un hielo eterno
- Casi dos partes roba a los mortales:
- Y llenara de abrojos lo restante
- Naturaleza a si misma entregada,
- Si la industria del hombre no acudiera,
- Hecho a gemir por alargar la vida
- Bajo penoso afán, y a abrir la tierra
- Con la pesada reja; si volviendo
- Con ella los terrones, y domando
- El suelo ingrato no le precisamos.
- Los gérmenes no pueden por sí mismos
- Salir y levantarse al aire puro:
- Y a veces estos frutos son costosos
- Cuando ya tienen hoja y ya florecen,
- O los abrasa el sol con sus ardores,
- O con ellos acaban los turbiones,
- O frecuentes heladas los destruyen.
- ¿Por qué causa sustenta y multiplica
- En mar y tierra la Naturaleza
- Esa horrífera casta de las fieras
- Que a la raza humanal es tan dañosa?
- ¿Por qué las estaciones traen los morbos?
- ¿Por qué vaga la muerte prematura?
- Y el niño, semejante al marinero
- Que a la playa lanzó borrasca fiera,
- Tendido está en la tierra, sin abrigo,
- Sin habla, en la indigencia y desprovisto
- De todos los socorros de la vida,
- Desde el momento en que naturaleza
- A la luz le arrancó con grande esfuerzo
- Del vientre de la madre, y llena el sitio
- De lúgubre vagido como debe
- Quien tiene que pasar tan grandes cuitas.
- Crecen las fieras y ganados varios,
- Y ni el chupar ruidoso necesitan,
- Ni con alma nodriza se les pone
- Para acallarlos con lenguaje tierno;
- Ni acomodan al tiempo sus vestidos
- Ni de armas ni de muros elevados
- Necesitan, en fin, con que defiendan
- Sus bienes y riquezas; pues la tierra
- Y la naturaleza largamente
- Abastecen de todo a cada uno.
- Primeramente, si la tierra y agua
- Y los soplos ligeros de los aires
- Y los vapores cálidos del fuego
- A nacimiento y muerte están sujetos,
- Debe correr la misma suerte el mundo,
- Que de estos elementos se compone;
- Porque siendo nativas y mortales
- Las partes, debe e1 todo ser lo mismo:
- Por lo que cuando veo renacidas
- Las partes y los miembros agotados
- Del mundo, me persuado que han tenido
- Algún primer instante Cielo y Tierra,
- Y me persuado su final ruina.
- No te presumas, Memmio, que yo avanzo
- Una proposición aventurada
- Al decir que es mortal la tierra y fuego
- Y que perecerán el aire y agua;
- Que los mismos renacen y se aumentan.
- Abrasada una parte de la tierra
- Por los continuos soles, y hecha polvo
- Con el pisar, se agrupa en torbellinos
- Que los vientos robustos desparraman
- Como ligeras nubes por los aires.
- Parte de los terrones se resuelve
- En agua con las lluvias y los ríos
- Continuamente roen las orillas:
- Cualquiera cuerpo, en fin, que aumenta otro
- Con su propia substancia, se consume;
- Y puesto que la Tierra es común madre
- Y general sepulcro de los cuerpos,
- Se gasta se repara de continuo.
- Que el mar, ríos y fuentes siempre abundan
- Y arrojan sin cesar copiosas aguas,
- Lo declara la inmensa copia de ellas,
- Que a enriquecerlos va por todas partes:
- Mas las continuas y hórridas tormentas
- Impiden llegue a ser muy abundante:
- Barriéndola los vientos con su soplo
- Y etéreo Sol chupándola con rayos
- Reducen su volumen: otra parte
- Se sume por las tierras y se filtra.
- Se limpia de sus sales, se recoge
- Toda en el nacimiento de los ríos,
- Fluye sobre la tierra dulcemente
- Por donde, una vez rota, facilita
- Que con líquido pie corran las aguas.
- Del aire voy a hablar, que cada instante
- Prueba vicisitudes infinitas,
- Pues todo cuanto fluye de los cuerpos
- En este vasto océano se pierde;
- El cual, si no les diera partes nuevas
- Y sus pérdidas siempre reparara,
- Ya se hubiera disuelto todo cuerpo
- Y convertido en aire: luego siempre
- Es producido el aire por los cuerpos
- Y los cuerpos en aire se resuelven,
- Pues es ley de la vida que los seres
- Fluyan en general continuamente.
- Y la perenne fuente de luz pura
- El Sol etéreo, baña de continuo
- El cielo con un brillo renaciente,
- Y alimenta la luz con otra nueva;
- Pues sus rayos se pierden al ponerse.
- Lo puedes observar cuando las nubes
- Hacia el Sol empezaron a arrimarse,
- Y los rayos de luz casi ya cortan;
- Toda su inferior parte en el momento.
- Desaparece, obscúrase la tierra
- Por todo cuanto abrazan los nublados,
- Para que veas necesitan siempre
- De nueva luz los cuerpos, y que muere
- Cada rayo en su mismo nacimiento;
- Y sería imposible de otro modo
- Percibir los objetos sin que diera
- El manantial de luz rayos perpetuos.
- La misma luz artificial de casa
- Y las coloradas lámparas y teas,
- Que despiden de sí unos torbellinos
- De llama y humo, corren de este modo
- Con auxilio de fuegos tembladores
- A dar una luz nueva de continuo,
- Sus emisiones nunca se interrumpen:
- Con tanta rapidez todos los fuegos
- Reemplazan a la llama que se apaga
- Con otra luz de súbito formada.
- Así en vez de tener el Sol, la Luna
- Y estrellas como cuerpos inviolables,
- Debes creer que sólo nos alumbran
- Siempre por emisiones sucesivas,
- Que sin cesar se pierden y renuevan.
- Por último; ¿no ves triunfar el tiempo
- Aun de las piedras, y venirse al suelo
- Altas torres, y a polvo reducirse
- Los peñascos, hundirse y arruinarse
- A pesar de los dioses, sus estatuas;
- Que la deidad no puede hacer traspasen
- Los límites prescriptos por el hado,
- Ni ella misma luchar contra las leyes
- Que la Naturaleza ha establecido?
- ¿No vemos los humanos monumentos
- Caer desmoronados ciertamente
- Como si fueran por vejez minados?
- ¿No ves rodar desde los altos montes
- Peñascos desprendidos, incapaces
- De resistir a las gigantes fuerzas
- De un tiempo limitado? De repente
- No se desprenderían ni cayeran,
- Si al cabo de un gran número de siglos
- Hubieran resistido los asaltos
- Del tiempo, sin jamás rendirse a ellos.
- Esa bóveda inmensa, en fin, contempla
- Que dentro de sí abraza todo el orbe;
- El cielo mismo, que al decir de algunos
- Crea todos los seres, y disueltos
- Los vuelve a recibir, tuvo principio,
- Y cuerpo mortal tiene, aunque es inmenso;
- Porque el ser que otros seres alimenta
- Con su substancia, debe consumirse,
- Cuando acción creadora los repara.
- Si la Tierra y el Cielo no tuvieron
- Jamás principio y fueron siempre eternos,
- ¿Cómo es que no cantaron los poetas
- Los sucesos también que precedieron
- A la guerra tebana y fin de Troya?
- ¿Dó fueron a parar tantas hazañas
- De varones ilustres, excluidas
- De los eternos fastos de la fama?
- Nuevo es empero el mundo según pienso,
- En la infancia está aún, y muy reciente
- Tiene la fecha: pues se perfeccionan
- También algunas artes al presente,
- Y ahora se inventan otras; se adelanta
- En la navegación bastante ahora;
- Inventaron los músicos ha poco
- Las Voces y sonidos melodiosos:
- Esta naturaleza de las cosas
- Y esta filosofía ahora han nacido
- Y ahora soy yo mismo el que primero
- Puedo de ellas hablar en nuestra lengua.
- Pues si acaso presumes tuvo el Mundo
- Todas estas ventajas en lo antiguo,
- Mas que generalmente perecieron
- Con voraz llama las generaciones,
- O que se destruyeron las ciudades,
- Aun debes afirmar más convencido
- La ruina también de Cielo y Tierra:
- Porque atacado de tan grandes males
- Y expuesto el universo a tantos riesgos
- Se hubiera destruido y arruinado
- Si hubieran atacado más de recio;
- Una prueba clarísima tenemos
- De que somos mortales, enfermando
- Con las mismas dolencias que enfermaron
- Aquéllos que salieron de la vida.
- Subsiste, pues, un cuerpo eternamente,
- O porque siendo sólido resiste
- Al choque y no permite le penetre
- Otro que pueda disociar sus partes,
- Como hacen los principios de materia,
- Cuya naturaleza expliqué antes;
- O porque es inaccesible al choque
- Como el vacío, el impalpable espacio
- A que acción destructora nunca llega;
- O porque no le cerca algún espacio
- Que pueda recibir en sí los restos
- Después de disolverse; como el todo,
- Fuera del cual no escaparán sus partes,
- Ni hay cuerpos que las choquen y dividan.
- Aunque sólido el Mundo, como dije,
- No es inmortal, porque se da vacío
- En la Naturaleza: ni tampoco
- Lo es como el vacío, porque hay cuerpos
- Innumerables en el vasto espacio
- Cuyos ataques súbitos conmueven
- Nuestro Mundo y le ponen en peligro
- De perecer. Espacios hay inmensos
- También en donde pueden dispersarse
- Todas las partes de sus elementos,
- O de otro cualquier modo aniquilarse.
- No se cierran las puertas de la muerte
- Al Cielo, Sol, y Tierra, y hondos mares;
- Antes para tragarlos les presenta
- Una boca disforme y anchurosa:
- Por lo que a confesar te ves forzado
- Haber tenido todos estos cuerpos
- Principio, porque siendo destructibles,
- Después de haber corrido tantos siglos,
- De ningún modo hubieran resistido
- De tiempo inmenso el poderoso esfuerzo.
- La lucha, en fin, que reina entre los miembros
- Vastísimos del Mundo, guerra impía
- Que siempre los agita, ¿no declara
- Que pueden acabarse y concluirse
- Estos largos combates algún día?
- Cuando hubieren el Sol y todo el fuego
- Las aguas totalmente consumido,
- Y hubieren conseguido una victoria
- A que todas sus fuerzas se dirigen
- Sin un feliz suceso todavía,
- Pues abastecen tanto al mar los ríos,
- Y amenazan los mares anegarnos
- Desde el profundo abismo inútilmente:
- Porque siendo barridos por los vientos,
- Y del Sol absorbidos por los rayos,
- Se van disminuyendo y los secaran
- Primero que su fin lograse el agua.
- De grandes intereses animados,
- Estos dos elementos se hacen guerra
- Con fuerza igual; aunque, según es fama,
- Habiendo una vez sola dominado
- El fuego ya en la tierra, y habiendo otra
- Reinado el agua sobre el continente,
- Triunfó no obstante el fuego, y una parte
- Del mundo consumió con voraz llama
- Cuando fue arrebatado Faetonte
- Del Sol por los caballos desbocados,
- Y por el aire y climas le arrastraron;
- Pero entonces el Padre Omnipotente
- Colérico y furioso lanzó a tierra
- Un pronto rayo desde el mismo carro
- A Faetón magnánimo, y su padre
- Volvió a tomar después de su caída
- La sempiterna lámpara del mundo;
- Y ordenó nuevamente los corceles
- Por el terror atónitos, dispersos,
- Y su antigua carrera prosiguiendo,
- Calmó de nuevo la naturaleza:
- Los poetas antiguos de la Grecia
- Así cantaron; la razón lo impugna,
- Puesto que puede superar el fuego,
- Si moléculas ígneas abundantes
- Caen desde el Universo en nuestro Globo;
- O algún poder contrario sobrepuja
- La acción del fuego o a la vez perecen
- Los seres vorazmente consumidos.
- Cuentan también que en otro tiempo el agua
- Victoriosa quedó, cuando anegadas
- Dejó muchas ciudades; pero cuando
- Desvaneció contraria fuerza al agua
- De todo el Universo congregada,
- Se pararon las lluvias y los ríos
- Refrenaron el ímpetu furioso.
- Pero de qué manera haya fundado
- El casual concurso de principios
- Cielo y Tierra y abismos de los mares,
- La carrera del Sol y de la Luna,
- Lo dirá por su orden este canto:
- No por efecto de su inteligencia
- Ni por su reflexión se colocaron
- En el orden que vemos los principios;
- Ni entre sí, a la verdad, han concertado
- Sus movimientos; sino que infinitos
- Los principios, movidos de mil modos,
- Sujetos a impulsiones exteriores
- Después de tanto número de siglos,
- Y conducidos a su mismo peso,
- Cuando de todos modos se juntaron,
- Y cuando todas las combinaciones
- Posibles, entre sí experimentaron,
- Después de mucho tiempo y muchas juntas
- Y movimientos, se coordinaron
- Por último, y se hicieron grandes masas,
- Que llegaron a ser en cierto modo
- El bosquejo primero de la Tierra,
- Del mar, del Cielo y seres animados.
- No se veía entonces remontado
- Por los aires el carro luminoso
- Del Sol, ni las estrellas del gran mundo,
- Ni el mar, ni el Cielo, ni por fin la Tierra,
- Ni el aire ni otra cosa semejante
- A las que nos rodean; sí un conjunto
- De confusos principios borrascoso;
- Después algunas partes empezaron
- De esta masa disforme a separarse,
- Los homogéneos átomos se juntan,
- Desenvolviose el mundo y se formaron
- Sus vastos miembros, y sus grandes partes
- De toda especie de átomos se hicieron:
- La discordia que había en los principios
- Turbaba y confundía grandemente
- Los intervalos, direcciones, lazos,
- Las pesadeces, fuerzas impulsivas,
- Combinaciones, y los movimientos
- A causa de sus formas diferentes,
- Y por la variedad de sus figuras
- No podrían así quedar unidos;
- El Cielo separose de la Tierra,
- Y se atrajo la mar todas las aguas
- Y los fuegos del éter también fueron
- A brillar separados con luz pura.
- Porque los elementos de la Tierra
- Más graves y embrollados se juntaban
- Y en el centro ocupaban las regiones
- Más inferiores; cuanto más estrecho
- Su enlace fue, tanto mejor sacaron
- Con superabundancia la materia
- Que formase los mares, las estrellas,
- El Sol y Luna y el recinto vasto
- Del mundo; porque siendo los principios
- De todos estos cuerpos más sutiles,
- Esféricos y lisos que los otros
- De la Tierra, rompiendo por lo mismo
- El éter del primero por sus poros
- Se subió a lo más alto, y muchos fuegos
- Robó consigo en su ligera marcha:
- No de otro modo así por la mañana
- Cuando la luz dorada del Sol tiñe
- Sus rayos en las hierbas esmaltadas,
- Los lagos y los ríos perennales
- Exhalan una niebla, y a las veces
- Parece que la misma tierra exhala
- Una especie de humor; emanaciones
- Sutiles que, después de levantadas
- Y en la atmósfera unidas, se dilatan
- Debajo de las bóvedas del Cielo
- En opaco tejido; y así el éter
- Fluido y leve entonces condensado
- Formó un vasto recinto, y esparcido
- Por todas partes y hacia todos lados,
- Todo lo rodeó con cerco inmenso.
- Después el Sol y Luna se formaron,
- Cuyos globos dan vueltas en el aire
- Por entre Cielo y Tierra; sus principios
- No se agregaron a los de la Tierra
- Ni a los del éter vasto, porque ni eran
- Tan pesados que a lo ínfimo bajasen,
- Ni tan ligeros que a la parte opuesta
- Pudieran elevarse; están en medio
- Suspensos de manera que voltean
- Como cuerpos vivientes, como partes
- Las más activas de Naturaleza:
- No de otro modo algunos miembros nuestros
- Inmóviles se quedan en su puesto
- A pesar de que hay otros que se mueven.
- Por fin, entresacados estos cuerpos,
- Se hundió la Tierra de repente, abriendo
- Un hondo foso a las saladas aguas,
- Por do al presente la llanura inmensa
- Se extiende de los mares azulados;
- Y cuánto más la tierra cada día
- Abierta por la misma superficie,
- Estaba recogida y condensada
- Y más metida hacia su propio centro
- Por la acción repetida de los fuegos
- Del éter, y del Sol por todos lados,
- Más el sudor salado se exprimía
- De su cuerpo, y los mares aumentaba
- Con sus emanaciones; y asimismo
- Infinitas moléculas de fuego
- Y del aire, escapando de la tierra
- Por esta misma compresión, volaban
- Y espesaban la bóveda fulgente
- Del Cielo, tan distante de la Tierra:
- Los campos se bajaban por lo mismo,
- Las cumbres de los montes se empinaban,.
- Porque hundirse las peñas no podían,
- Ni la tierra allanar todas sus partes.
- De esta manera el orbe condensado
- A la vez adquirió peso y firmeza;
- Todo el limo del mundo se hundió abajo,
- Si así puede decirse, con su peso,
- Y quedó allí sentado como poso:
- Encima de la tierra quedó el agua;
- Después el aire; luego el mismo éter,
- Con sus fuegos; los más puros principios
- Hicieron estos fluidos que no tienen
- La misma ligereza; el fluido éter,
- Que es el más transparente más ligero,
- Circula sobre el aire sin mezclarse
- Con las auras del aire borrascosas;
- Le permite que todo lo revuelva
- Con raudo torbellino; le permite
- Con borrasca inconstante alborotarlo:
- Con ímpetu arreglado él resbalando
- Lleva consigo sus brillantes fuegos;
- Porque el poder así uniformemente
- Moverse el fluido éter lo declaran
- Las olas de los mares, cuyo flujo
- Periódico y reflujo sigue siempre
- En continuo mover las mismas leyes.
- Ora indaguemos cuál será la causa
- Que a los astros obliga al movimiento:
- Y diremos primero, que si rueda
- Del Cielo la gran bóveda, debemos
- Suponer comprimidos los dos polos
- Del mundo, y encerrados y cogidos
- Por dos corrientes de aire, la una de ellas
- Que empuja por encima y mueve el Cielo
- Según la misma dirección que siguen
- Del mundo eterno los brillantes astros;
- Por debajo la otra los traslada
- En dirección contraria, como vemos
- Volver los ríos ruedas y arcaduces.
- También podría ser que el firmamento,
- Estando inmóvil, sus lucientes astros
- Describiesen un círculo; bien sea
- Que la materia etérea recogida
- Dentro del Cielo y sin cesar rodando
- En derredor para encontrar salida,
- Haga que se revuelvan por el Cielo
- Los astros; o que en círculo los mueva
- El aire externo; o bien que puedan ellos
- Irse arrastrando a donde su alimento
- Los llama y los convida recogiendo
- En su carrera la materia ardiente
- Que anda por todo el cielo derramada:
- Porque es difícil explicar el cómo
- En nuestro mundo pasan estas cosas:
- Con exponer tan sólo me contento
- Todos los medios que naturaleza
- Puede emplear y en realidad emplea
- En el gran todo, en estos mundos varios
- Que de distinto modo ha fabricado:
- Y prosigo explicando ya las causas
- Todas posibles de los movimientos
- De los astros, entre las que una sola
- Necesariamente obra en nuestro mundo,
- La cual no puede señalar quien sigue
- Paso tras paso la naturaleza.
- Y para que la Tierra quede inmóvil
- En el centro del mundo, lentamente
- Es preciso que pierda de su peso,
- Y que se desvanezca; que sus partes
- Más inferiores hayan contraído
- Nueva naturaleza por haberse
- Unido íntimamente con el aire,
- Sobre el que están sentadas, y a quien ellas
- Desde el principio fueron agregadas:
- Y así la Tierra no es de peso al aire,
- Ni en él se engulle: al modo que cada hombre
- No siente el peso de sus propios miembros,
- Ni pesa sobre el cuello la cabeza,
- Ni sentimos del cuerpo todo el peso
- Sobre los pies: al paso que fatiga
- Cualquier peso, aunque leve, en nuestros hombros.
- Es fuerza el observar atentamente
- Con qué cuerpo otro cuerpo se incorpora:
- Así la Tierra no es un peso extraño
- De pronto a extraño fluido agregado,
- Sino que concebida con el aire
- A un mismo tiempo fue desde el primero
- En que el mundo nació, del que parece
- Una parte distinta, a la manera
- Que hacen parte del cuerpo nuestros miembros.
- El estremecimiento que ocasionan
- Los truenos violentos en la Tierra
- De tal modo la agitan, que al instante
- Se comunica por los cuerpos todos:
- Lo cual no sucediera si cogida
- No la tuvieran las aéreas partes
- Del mundo todo y la materia etérea;
- Porque se enlazan estas tres substancias
- Con raíces comunes muy unidas
- Entre sí mismas desde aquel instante
- En que fueron formadas. ¿No reparas
- Cómo sostiene el alma el peso enorme
- De nuestro cuerpo, aunque es tan delicada,
- Porque se une con él íntimamente?
- ¿Quién puede, en fin, con un ligero salto
- El cuerpo levantar, si no es el alma,
- Que gobierna y dirige nuestros miembros?
- Ya ves puede adquirir muy grande fuerza
- La substancia ligera cuando se une
- Con substancia pesada como el aire
- Con la Tierra y el alma con el cuerpo.
- Ni mayor ni menor de lo que vemos
- Puede el disco del Sol ser al sentido;
- Si un cuerpo con su luz puede alumbrarnos
- Y calentar los miembros con su llama
- Por distante que esté, nada nos roba
- De su grandeza esta distancia misma,
- Ni su aparente dimensión estrecha;
- Como el calor del Sol y su luz hieren
- Nuestros sentidos, cuando se derrama,
- Y bañando con ella los objetos,
- De aquí es que debe ser tal la apariencia
- De su forma y figura, que no puedes
- Suponerlas más grandes o más chicas.
- Y la Luna, bien sea nos refleje
- Una prestada luz, o bien la saque
- Del mismo cuerpo, sea lo que fuere,
- El Cielo no recorre con volumen
- Mayor que el que aparece a nuestros ojos;
- Porque desde muy lejos los objetos
- Por entre aire densísimo mirados
- Un aspecto confuso nos presentan
- Más bien que sus finísimos contornos:
- Así pues, ofreciéndonos la Luna
- Clara apariencia y una forma cierta,
- Y aun de su superficie los extremos,
- Es preciso que sea allá en los Cielos
- Lo mismo que aparece aquí en la tierra.
- Si los fuegos, por último, que vemos
- A cualquiera distancia que estén puestos,
- No aparentan tener mudanza alguna
- En su grandor, mientras que distinguimos
- Su luz y su temblor, deduciremos
- No poder ser mayores ni menores
- De lo que vemos los etéreos fuegos.
- Tampoco es de admirar cómo el Sol puede
- Con su circunferencia tan estrecha
- Bañar de luz el mar, la tierra, el cielo,
- Y extender su calor por todas partes:
- Tal vez puede que no haya en todo el mundo
- Más que esta fuente y manantial copioso
- Por do salga la luz del mundo entero;
- O que sea tal vez único foco
- Donde los elementos de los fuegos
- De todas partes puedan congregarse
- Para correr por todo el Universo.
- ¿No ves también cómo una fuentecilla
- Riega los prados y rebosa el campo?
- Suceder también puede que los fuegos
- Del Sol, aunque no muchos, arder hagan
- El aire a ellos vecino, suponiendo
- Que al más mínimo ardor es inflamable
- El aire, como vemos a las veces
- Las mieses y la paja consumidas
- Por una sola chispa; al Sol acaso,
- A esta rosada lámpara, rodean
- Innumerables fuegos invisibles
- Privados de fulgor, para que aumenten
- El calor y la fuerza de sus rayos.
- Y cómo el Sol se pasa desde Cáncer,
- De esta región ardiente, al signo helado
- De Capricornio, para dar la vuelta
- De nuevo hacia el solsticio del Estío;
- Y cómo es que la Luna en un mes anda
- El espacio que el Sol corre en un año;
- Estos problemas digo se resuelven
- De muchos modos, y es dificultoso
- El asignar la causa verdadera.
- Parece verisímil la que pone
- Demócrito, hombre sabio y respetable;
- Pues cuanto más vecinos a la Tierra
- Están los astros, tanto menos puede
- A su entender el torbellino etéreo
- Conmoverlos; porque la ligereza
- Y acción del firmamento poco a poco,
- Se va debilitando hacía el extremo
- Inferior: que el Sol, mucho más bajo
- Que las constelaciones abrasantes,
- Debe quedarse atrás muy lentamente
- Con los signos más bajos: que la Luna,
- Cuanto del Cielo está más apartada
- Y cuanto más vecina de la Tierra,
- Debe experimentar mayor trabajo
- En seguir la carrera de los astros:
- Que cuanto el torbellino que la lleva
- Es más pesado que el del Sol, los signos
- La deben alcanzar más fácilmente
- Y adelantarla; por lo cual la Luna
- Parece que a los signos del Zodiaco
- Con mucha más presteza torna a unirse,
- Siendo en la realidad los que se acercan
- Aquellos signos otra vez a ella.
- Puede también que de la parte opuesta
- Del Mundo aire periódico se agite
- Que alternativamente empujar pueda
- El Sol desde los signos del Estío
- Del Septentrión hasta las frías playas,
- Y volverle a traer desde estos climas
- Tenebrosos y helados a la ardiente
- Mansión de Cáncer, y se explicaría
- Entonces con el aire alternativo
- El giro de la Luna y las estrellas,
- Que tardan un gran número de años
- En describir sus círculos inmensos.
- ¿No ves también cómo las nubes mismas,
- Impelidas por vientos encontrados,
- Siguen unas abajo, otras arriba,
- Direcciones opuestas? ¿Transportados
- No podrán ser por aires diferentes
- Los astros en los cielos dilatados?
- Cubre la noche con tiniebla espesa
- La Tierra, o porque el Sol, en fin, llegando
- Al último confín del firmamento
- Y fatigado de su largo curso
- Deja expirar sus fuegos entibiados
- Por el largo camino y aire inmenso
- Que han penetrado; o porque la acción misma
- Que transporta su disco por encima
- Le hace rodar debajo de la Tierra.
- También en tiempo fijo Lenestea
- Pasea por en medio de los aires
- A la rosada Aurora, para que abra
- Las puertas de la luz: porque el Sol mismo,
- Que debajo de Tierra se ocultaba,
- De vuelta, adelantándole sus rayos,
- Procura iluminar el firmamento:
- O bien porque un gran número de fuegos
- Y corpúsculos ígneos se congregan
- A tiempo fijo y horas señaladas,
- Y hacen un nuevo Sol todos los días.
- Así cuenta la Fama que se observa
- Desde las cumbres elevadas de Ida
- Recogerse al momento que abre el día
- Fuegos dispersos bajo la figura
- De un globo luminoso que anda el Cielo.
- Tampoco debe ser maravilloso
- Que se junten así los elementos
- De fuego en cierto tiempo, y que reparen
- El resplandor del Sol, puesto que vemos
- Infinitos fenómenos sujetos
- En todo el universo a tiempo fijo.
- Los árboles florecen, y a su tiempo
- De la flor se despojan; y al anciano
- A cierto tiempo se le caen los dientes;
- Se llena el joven de un suave vello,
- Y tierna barba arrojan sus mejillas:
- A ley eterna e inviolable yace
- La serie de fenómenos sujeta;
- Porque de cada causa la energía
- Habiendo sido así determinada,
- Y una vez dada la impulsión primera
- Desde su formación al Universo,
- Los rayos, nieve, lluvias y nublados
- De la varia estación el curso siguen.
- Y vemos además crecer los días
- Y descrecer las noches, y al contrario;
- O porque el Sol, quedando siempre el mismo
- Y describiendo desiguales arcos
- Sobre nuestras cabezas y debajo
- De nuestros pies, el Cielo corta y parte
- Su orbe en dos porciones desiguales,
- Pero con tal compensación, que vuelve
- Al hemisferio que le está más próximo
- La porción de la luz que él ha quitado
- Del hemisferio opuesto, hasta que llega
- A este signo del Cielo que hace iguales
- Las noches y los días, cuando corta
- El Ecuador y Eclíptica en un punto,
- Pues la parte del Cielo que describe
- Se halla del Aquilón y Mediodía
- A igual distancia por la positura
- Oblicua del Zodiaco, en que describe
- Su anual carrera el Sol y desde donde
- Lanza sus fuegos hacia Cielo y Tierra:
- Así lo enseñan estos hombres sabios,
- Que todas las regiones representan
- Fielmente de los Cielos en sus mapas
- De imágenes sensibles adornados.
- Mucho más craso el aire en ciertas partes
- Tal vez para debajo de la Tierra
- También del Sol los fuegos tembladores,
- Que no pueden pasar tan fácilmente
- Este fluido inmenso y remontarse
- Hacia el Oriente, por lo cual se espera
- Mientras las noches largas del invierno
- A que vuelva la tarda luz del día:
- En fin, quizá los fuegos reunidos
- Que hacen salir el Sol en puntos fijos
- Del horizonte alternativamente
- Con más o menos prontitud se juntan
- Según las estaciones alternadas.
- Puede tomar del Sol su luz la Luna,
- Y puede más y más de día en día
- Una faz luminosa presentarnos
- Cuanto del solar disco se apartare
- Hasta que puesta enfrente dél reluce
- Con luz bien llena, y desde el alto sitio
- Do se levanta ve que el Sol se pone:
- Debe esconder después en cierto modo
- Detrás de sí su luz muy poco a poco,
- A medida que el Sol se va acercando,
- La otra mitad de círculo en los signos
- Corriendo; así lo explican los que fingen
- Ser la Luna a una bola semejante
- Que siempre por debajo del Sol rueda:
- Su explicación parece verisímil.
- Aun dándola luz propia se podían
- Sus varias fases concebir: bastaba
- Suponer otro cuerpo para esto
- Que tenga un movimiento paralelo
- Al que tiene en su órbita la Luna,
- Y que a su disco sin cesar se oponga
- Bajo todos aspectos y figuras,
- Mas que invisible fuese el mismo cuerpo
- Desprovisto de luz: puede la Luna
- Rodar sobre sí misma a la manera
- De gran pelota, cuya mitad fuera
- Con luz teñida, y sus distintas fases
- Con esta rotación central pudiese
- Ir descubriendo hasta que aquella parte
- Nos vuelve iluminada enteramente;
- Después nos va por grados ocultando
- Su parte luminosa, que de nuevo
- Detrás de sí se lleva: así pretende
- La doctrina caldea establecerlo
- En ruinas de griega astrología:
- Como si verisímiles no fueran
- Las dos explicaciones igualmente;
- O como sin razón alguna hubiese
- Que forzase a seguir una más que otra.
- ¿Por qué, en fin, no podrá Naturaleza
- Producir una Luna cada día
- Con una serie regular de formas
- Y aspectos diferentes, destruyendo
- La de ayer reparándola con otra?
- La imposibilidad de lo que digo
- No es fácil demostrar, principalmente
- Cuando ves producciones semejantes
- Cada día surgir en tiempo fijo.
- Viene la primavera, y Amor viene;
- Viene junto con el Céfiro alado,
- Precursor del Amor, mientras que Flora
- Su madre llega derramando flores
- Y olorosos perfumes de antemano
- Por donde pasa: en comitiva vienen
- Seco calor y polvorienta Ceres
- Y los vientos etesios Aquilones.
- El otoño en seguida se presenta:
- Viene en su compañía el dios de viñas,
- Y detrás las tormentas y borrascas,
- Vulturno atronador, y el Austro, fuerte
- En rayos; y, por último, entorpecen
- Las nieves y los hielos y los fríos
- A la Naturaleza, y tras sí arrastran
- El frío invierno, el aterido viejo
- Que da diente con diente. No es milagro
- El que sea formada y destruida
- La Luna en tiempo fijo, cuando vemos
- Que pueden infinitas producciones
- Aparecer en tiempo señalado.
- Los eclipses del Sol y de la Luna
- Pueden de muchos modos explicarse:
- Si a la Tierra robar puede la Luna
- La luz del Sol, y su brillante frente
- Ocultar a la Tierra, interponiendo
- Su masa opaca a los ardientes rayos,
- ¿Por qué otro cuerpo puesto en movimiento
- Y privado de luz perpetuamente
- No puede producir el mismo efecto
- En tiempo igual? ¿Y no puede el Sol mismo
- Eclipsarse y perder en cierta hora
- También su brillo, que recobra al punto
- Que atravesó por medio de los aires
- Regiones enemigas de sus llamas
- Y le precisan a extinguir sus fuegos?
- Si puede despojar también la Tierra
- De su luz a la Luna, y prisioneros
- Tener todos los rayos, colocada
- Sobre el Sol ella misma ínterin pasa
- El astro de los meses por la sombra
- De nuestro Globo cónica y espesa,
- ¿Otro cuerpo no puede al mismo tiempo
- Rodar bajo del globo de la Luna,
- Y resbalarse sobre el mismo disco
- Del Sol, cerrando, así interpuesto, el paso
- A sus rayos y luz? Y si la Luna
- Con brillo propio luce, ¿no puede ella
- Lentamente eclipsarse en cierta parte
- Del Mundo, atravesando por parajes
- Capaces de apagar sus mismos fuegos?
- Ya que expliqué, por fin, cómo ha podido
- Formarse cualquier cuerpo de este Mundo
- En el recinto azul del firmamento,
- Y cómo conociéramos nosotros
- De Sol y Luna las revoluciones
- Diversas, y la causa y energía
- Que dan a estos dos astros movimiento
- Y de qué modo suelen eclipsarse;
- Cómo se cierran estos grandes ojos
- De la naturaleza y alternando
- Se abren de nuevo, y de repente esparcen
- Sobre la Tierra inesperada noche,
- Y toda la hermosean con luz clara;
- A la infancia del Mundo vuelvo ahora,
- Y a los nacientes campos de la tierra,
- A examinar las nuevas producciones
- Que aventuró exponer la vez primera
- A los aires y vientos inconstantes.
- La tierra engalanó primeramente
- De diferentes hierbas y verduras
- Los cerros, y los campos extendidos,
- Y brillaron los prados con las flores
- Así como si fueran esmaltados;
- Los árboles después, llenos de savia,
- A porfía crecieron por los aires:
- Como las plumas, pelos y las cerdas
- Es lo primero que en el cuerpo sale
- De animales cuadrúpedos y de aves;
- De este modo la tierra, entonces nueva,
- Echó primero hierbas y arbolillos.
- Las especies mortales creó luego
- Variadas de modos muy distintos;
- Porque es un imposible hayan caído
- Del Cielo las especies de animales,
- Y que los habitantes de la tierra
- Hayan nacido de la mar salada.
- La Tierra con razón adquirió el nombre
- De madre, por haber sido criados
- Todos los seres por la misma Tierra;
- Y existiendo al presente muchos seres
- En la Tierra formados con las lluvias
- Y del calor del Sol, no es maravilla
- Que naciesen entonces animales
- En número mayor y más robustos,
- Estando en su vigor el aire y Tierra.
- Las varias aves por la vez primera
- Salían de sus huevos, y el verano
- En libertad a todas las ponía,
- Como ahora las cigarras en estío
- Se quitan los zurrones delicados,
- Buscándose la vida y el sustento.
- Por la primera vez la Tierra entonces
- Crió la raza humana, porque entonces
- El mucho fuego y aguas abundantes
- De los campos hicieron que creciesen
- En los parajes más acomodados
- Especies de matrices, agarradas
- Por medio de raíces a la tierra:
- Cuando la edad y madurez abrieron
- Una salida a nuevos embriones
- Causados de humedad e impacientes
- Por respirar el aire, dirigía
- Hacia aquel lado la Naturaleza
- Los poros de la tierra, y enviaba
- Por estas venas jugo como leche;
- Como al presente la mujer parida
- Rebosa en dulce leche, dirigiendo
- Ella todo su ímpetu a los pechos:
- Y la tierra a los niños sustentaba,
- Y vestido el calor, y blanda cama
- Las hierbas y los céspedes les daban.
- Pero en su infancia el Mundo no tenía
- Los duros fríos, ni calores nimios,
- Ni vientos destructores; porque crecen
- Y van robusteciéndose estas plagas
- Como todos los seres: lo repito;
- Hemos llamado con razón la Tierra
- Madre común, porque ha criado el hombre,
- Y casi al mismo tiempo ha producido
- Todos los animales cuya furia
- Se desenfrena por los grandes montes,
- Y produjo también distintas aves,
- Que atraviesan los aires libremente.
- Mas como debe un término preciso
- Tener la facultad engendradora,
- La Tierra se cansó, como la hembra
- Consumida de años, porque el tiempo
- Hace mude de faz el mundo entero,
- Y un nuevo orden de cosas se sucede
- Al primer orden necesariamente:
- Ni siempre guarda un mismo ser su estado:
- Todo a la ley del cambio está sujeto;
- Todo lo muda la Naturaleza,
- Todo lo altera, todo lo transforma:
- Pues empobrece un cuerpo y se consume
- A fuerza de años; otro crece y sale
- A la verdad del cieno: de este modo
- Todo lo muda el tiempo, y de continuo
- Pasa la tierra de un estado a otro
- Y pierde la energía que tenía
- Por hacerse de nuevas propiedades,
- Y la Tierra aún entonces se esforzaba
- Por sacar animales de figura
- Y de disposición extraordinaria:
- Se vio el hermafrodita monstruoso,
- Que teniendo la forma de ambos sexos,
- Igualmente difiere de uno y otro;
- Cuerpos sin pies, sin manos y sin boca
- Y sin ojos salieron; también otros
- Cuyos miembros lo largo que tenían
- Al tronco íntimamente se pegaban;
- Los cuales no podían manejarse,
- Ni dar un paso, ni evitar un riesgo,
- Ni buscarse el sustento necesario.
- Viéronse además de éstos otros monstruos
- Y otros prodigios, pero inútilmente,
- Porque Naturaleza les quitara
- El poder ir creciendo y avanzando
- Hacia la edad florida; no pudieron
- Encontrar su alimento, ni ayuntarse
- Con los lazos de Venus: es preciso
- Para que se propaguen las especies
- El concurso de un número infinito
- De circunstancias, y primeramente
- Los alimentos son indispensables:
- Es preciso que estén diseminadas
- Las fecundas semillas por los miembros,
- Y los conductos por do vengan éstas
- Desde cualquiera parte de los miembros:
- Por último, en los órganos externos
- Tal proporción, que puedan macho y hembra
- Ayuntarse entre sí con mutuos gozos.
- Y entonces fue preciso perecieran
- Muchas especies, y que no pudiesen
- Reproducirse y propagar su vida;
- Porque los animales existentes
- Que ves ahora, sólo se conservan
- O por la astucia, o fuerza, o ligereza
- De que ellos al nacer fueron dotados,
- Menos un cierto número que habemos
- Puesto nosotros bajo nuestro amparo
- Por las utilidades que acarrean.
- La fuerza protegió a la raza fiera
- De los leones y feroces bestias,
- A las zorras el dolo y fuga a ciervos:
- Empero el fiel y vigilante perro,
- Y acémilas, y ovejas regaladas,
- Y bueyes laboriosos son especies
- Generalmente confiadas, Memmio,
- A la guarda y tutela de los hombres:
- Huían de las fieras alimañas
- Y tras la paz se andaban, y querían
- Los pastos con largueza y sin trabajo:
- Se los damos nosotros como en premio
- De los muchos servicios que nos hacen.
- Empero aquellos otros animales
- A quien no diera la Naturaleza
- Lo necesario para que viviesen
- Independientes, o que no traían
- Alguna utilidad, ¿a qué meternos
- En darles el sustento y ampararlos?
- Encadenados con fatales lazos,
- A otros servían de seguro pasto,
- Hasta que destruyó Naturaleza
- De todo punto sus especies todas.
- Pero ni hubo centauros, ni ha podido
- Formarse en algún tiempo una substancia
- Con dos naturalezas y dos cuerpos,
- De heterogéneos miembros un compuesto:
- No podría existir una substancia
- De fuerzas entre sí tan desiguales:
- Aun el hombre más rudo lo conoce.
- Primeramente, al cabo de tres años
- En la flor de su edad está el caballo;
- ¡No los niños así; buscan entonces
- Entre sueños los pechos de sus amas.
- Cuando después va la vejez gastando
- Las fuerzas y vigor de los caballos,
- Cuando escapa la vida fugitiva
- De sus lánguidos miembros, entra entonces
- La juventud, por fin, en los muchachos,
- Robustece sus miembros, y les cubre
- Con un ligero bozo las mejillas:
- No creas tú, quizá, que los centauros
- Pudieron engendrarse de semillas
- De hombre o de caballo, o las Escilas
- De los marinos perros rodeadas,
- O los demás compuestos monstruosos
- De incompatibles miembros, que no llegan
- A la flor de la edad al mismo tiempo,
- Ni en madurez ni en la vejez iguales,
- Ni sus inclinaciones son las mismas,
- Ni los abrasa Venus igualmente,
- Ni comen unos mismos alimentos;
- Viendo engordar las cabras con cicuta
- Que es un mortal veneno para el hombre.
- Como la llama abrase ciertamente
- Y consuma no sólo el cuerpo rojo
- De los leones, mas también la sangre
- Y las entrañas de los animales
- Que tienen existencia; ¿cómo pudo
- Acontecer que esta Quimera misma
- Con la cabeza de león, y el cuerpo
- De cabra al propio tiempo, y con la cola
- De dragón, viva llama resoplase
- Del hondo de su pecho monstruoso?
- Por lo que, defender como posibles
- Estas y semejantes producciones
- En la infancia del Cielo y de la Tierra
- Sin más razón que esta palabra vaga
- De novedad, esto es abrir la puerta
- A todas las ficciones más absurdas.
- Dígannos que los ríos de aquel tiempo
- Corrieron oro puro por las tierras;
- Que brotaban los árboles diamantes;
- O que el hombre, nació de una estatura
- Y de una fuerza tan extraordinarias,
- Que podía pasar el mar de un tranco,
- Y alrededor de sí volver el cielo
- Con sólo el movimiento de sus manos:
- Porque el haber la tierra en si encerrado
- Semillas infinitas y diversas
- Cuando sacó a la luz los animales,
- Ninguna prueba es de que pudiese
- Criar unas especies tan opuestas,
- Y en un mismo individuo reunirse
- Los miembros de animales diferentes,
- Cuando las hierbas, árboles y frutos
- Que aún hoy día produce en abundancia
- Jamás pueden nacer entre sí unidos.
- Cada ser tiene su progreso propio,
- Y conforme a las leyes inmutables
- De la Naturaleza entre sí guardan
- Todas las diferencias de su especie.
- Y los hombres que dio la tierra entonces
- Eran más vigorosos que al presente:
- Y así debía ser, porque la Tierra,
- De quien ellos nacieron, por entonces
- Estaba en su vigor y lozanía:
- Era más basta la armazón de huesos
- Y de más solidez, y era el tejido
- De sus nervios y vísceras más fuerte;
- Ni el frío ni el calor les molestaba,
- Ni les dañaban los sustentos nuevos,
- Ni las enfermedades empecían;
- Vivían un gran número de lustros,
- Errantes a manera de alimañas;
- Ninguno manejaba el corvo arado,
- Ni sabía domar con hierro el campo,
- Ni meter en la tierra los renuevos,
- Ni con hoces cortar los viejos ramos
- De árboles grandes; lo que el sol y lluvias
- Les alargaban, y lo que la tierra
- Producía de suyo, les bastaba:
- Estos dones sus pechos aplacaban:
- En medio de glandíferas encinas
- Mantenían sus cuerpos con bellota,
- Y llevaba la tierra en aquel tiempo
- Muchos y más crecidos los madroños
- Que ahora al madurar en el invierno
- Ves que como la púrpura coloran.
- Y la florida novedad del mundo
- Llevó entonces sabrosos alimentos
- Para hartar a los hombres infelices.
- Más; los ríos y fuentes convidaban
- A apagar nuestra sed, como al presente
- Los torrentes que caen de montes altos
- Convidan a las fieras con su ruido
- Que vengan a saciarse en sus raudales.
- Por fin; de noche en los sagrados bosques
- De las ninfas venían a esconderse,
- En estas soledades, do nacían
- Perennes manantiales de aguas vivas
- Que, después de correr entre las guijas,
- Caían lentamente sobre el musgo
- Verde de los peñascos, para luego
- O saltar en los campos o inundarlos.
- El uso no sabían aún del fuego,
- Ni el de las pieles, ni cubrirse el cuerpo
- Con despojos de fieras; antes se iban
- A los bosques y cóncavas montañas
- Y a las selvas, metiendo entre hojarasca
- Sus miembros asquerosos, precisados
- A guarecerse allí contra las lluvias
- Y furor de los vientos: no podían
- Por el público bien interesarse;
- Ni leyes ni morales relaciones
- Entre si establecer ellos sabían;
- Y la primera presa que ofrecía
- La suerte cada cual se la llevaba:
- Sólo les enseñó Naturaleza
- A vivir para sí y a conservarse.
- Y Venus ayuntaba los amantes
- En medio de las selvas: sus placeres
- Entre sí mutuamente compensaban;
- Ora arrancados fuesen por violencia
- De brutal apetito, o los gozasen
- A trueque de algún don, como bellotas,
- O madroños, o peras escogidas.
- Y confiados en sus fuertes manos
- Y en sus ligeros pies, hacían guerra
- A las fieras silvestres, arrojando
- De lejos piedras, y de cerca dando
- Con la pesada maza, y las vencían
- Y huyendo a sus guaridas las burlaban;
- Y cuando las tinieblas de la noche
- Los sorprendían, sus desnudos miembros
- En la tierra tendían a manera
- De jabalí cerdoso, y se envolvían
- Entre hojarasca y broza. No buscaban
- En medio de las sombras de la noche,
- Sobrecogidos de temor con gritos
- La luz del Sol, errantes por los campos;
- Antes bien esperaban silenciosos
- Y en sueño sepultados que subiendo
- El Sol al horizonte, iluminase
- Con su rosada luz de nuevo el cielo;
- Porque desde la infancia acostumbrados
- A ver siempre alternando noche y día,
- No se maravillaban ya sus ojos:
- No llegaron jamás a recelarse
- Que a la Tierra cubriese eterna noche,
- La luz del Sol robada para siempre.
- Empero mucho más les inquietaban
- Las fieras que turbaban su reposo,
- Funesto para aquellos infelices,
- Y haciéndolos salir de su vivienda,
- Huían a las cuevas, si llegaba
- Enorme jabalí o león furioso;
- Y, pavoridos, a la media noche
- Cedían a estos huéspedes crueles
- Sus camas con follaje aderezadas.
- Ni entonces más que ahora los mortales
- Dejaban la sabrosa luz de vida:
- Muchos de ellos es cierto que cogidos
- Y desgarrados con feroces dientes
- Un pasto vivo daban a las fieras,
- Y los bosques y montes y las selvas
- Llenaban de gemidos espantosos,
- Viendo que sus entrañas palpitantes
- En un sepulcro vivo se enterraban.
- Pero aquellos que huyendo se salvaron,
- Lleno de mordeduras todo el cuerpo,
- Y sus trémulas manos aplicando
- En las malignas úlceras, llamaban
- Al infierno con voces formidables,
- Hasta que de la vida los privaban
- Los gusanos crueles sin amparo,
- Sin saber qué aplicar a sus heridas:
- Sin embargo, no daba un solo día
- A la muerte millares de guerreros
- Que seguían banderas diferentes,
- Ni estrellaban los mares borrascosos
- Los hombres y navíos en escollos:
- El mar se enfurecía vanamente;
- Sus bramidos en vano suspendía;
- Ni la engañosa calma de sus ondas
- Era capaz de seducir a alguno
- Con falsa risa: se ignoraba entonces
- De la navegación el arte fiero.
- La falta de alimento daba entonces
- Muerte a los flacos miembros; la abundancia
- Es la que mata hoy día: entonces ellos
- Eran por ignorancia envenenados;
- A otros con mas arte ahora envenenan.
- Cuando por fin, supieron hacer chozas,
- Y de pieles y fuego hicieron uso,
- Y cuando la mujer y el hombre aparte
- Se fueron a vivir en compañía,
- Y cuando los placeres amorosos
- Se limitaron sólo a las dulzuras
- Del casto matrimonio, y cuando vieron
- Los padres a sus hijos porción suya,
- Entonces empezó la especie humana
- A suavizarse por la vez primera:
- El fuego hizo los cuerpos mas sensibles
- Al frío, de manera que ya el cielo
- Abrigo suficiente no prestaba
- Debajo de su bóveda; y las fuerzas
- Disminuyó la Venus excesiva,
- Y las tiernas caricias de los hijos
- Blando y suave hicieron su trabajo
- El natural altivo de los padres.
- Entonces los que estaban más vecinos
- Entre sí establecieron relaciones,
- Se abstuvieron de daño y de violencia,
- Protegían sus hijos y mujeres.
- Y en sus gestos y voces balbucientes
- Indicaban ser muestra de justicia
- De la imbecilidad compadecerse.
- Mas no podía dominar en todos
- Esta concordia, bien que exactamente
- Guardaban estos pactos los más buenos,
- Que eran en mayor número: sin esto
- La raza humana fuera destruida
- Enteramente ya desde aquel tiempo;
- No se hubiera hasta ahora propagado.
- Enseñó al hombre la Naturaleza
- Las varias inflexiones de la lengua,
- Y la necesidad nombró las cosas.
- Así como los niños en la infancia,
- Por no poder darse a entender, acuden
- A los gestos y muestran con el dedo
- Los objetos presentes, cada uno
- Siente en sí mismo aquellas facultades
- Que puede usar. Airado y enemigo
- El toro topa y hiere con las astas
- Antes de que le apunten en su frente;
- De pantera y leona los cachorros
- Con garras y con pies y con bocados
- Se defienden aun antes de salirles;
- En sus nacientes alas confiados
- Los hijos de las aves, por los aires
- Se ayudan con su vuelo vacilante
- Por lo tanto, creer que un hombre entonces
- A las cosas dio nombre; que los otros
- Dél aprendieron los vocablos nuevos,
- Es mucha necedad: ¿cómo ha podido
- Llamar a cada cosa por su nombre,
- Y los varios sonidos del lenguaje
- Él solo producir, al tiempo que otros
- No pudieron hacer la misma cosa?
- Porque, además, si no habían usado
- Los demás entre sí de las palabras,
- ¿Cómo es que conocían sus ventajas?
- Y ¿de qué modo el inventor se ha dado
- A entender a los otros, y ha podido
- Hacer que ellos abracen su proyecto?
- Reducir no podía un hombre solo
- tanta multitud, y precisarla
- A que tan varios nombres aprendiese.
- No podía enseñarlos: imposible
- Era que hubiesen ellos aguantado
- Les majase más tiempo las orejas
- Con aquel ruido vano de sonidos.
- ¿Será, por fin, acaso maravilla
- Que teniendo los hombres voz y lengua,
- Diesen distintos nombres a las cosas
- Según les afectasen, cuando oímos
- La variedad de voces y sonidos
- Que hacen los animales y las fieras
- Conforme se suceden en sus almas
- El miedo o el dolor o el regocijo?
- Pues esto lo declara la experiencia.
- Cuando de los molosos la gran perra,
- En el primer acceso de su furia,
- Debajo de sus labios apartados
- Y móviles enseña dos carreras
- De formidables dientes, el sonido
- Amenazante de su voz difiere
- De aquél que se oye cuando sus ladridos
- Hacen retumbo en todos los contornos:
- Más cuando con su lengua blandamente
- Lame los tiernos miembros de sus hijos
- Y con sus pies aquí y allí los echa,
- Y cuando los provoca con mordiscos
- Pillándolos sus dientes con blandura,
- Esto difiere mucho del murmullo
- De su voz maternal cuando lamenta
- Su soledad aullando tristemente
- O cuando con acentos doloridos
- Huye, arrastrando el cuerpo, del castigo.
- En fin; ¿no hay diferencia en el relincho
- Del florido caballo entre las yeguas
- Cuando viene furioso, traspasado
- Por el alado amor, a los que arroja
- Por sus anchas narices en la guerra
- Cuando agita sus miembros otra causa?
- Y las especies varias de las aves,
- Los gavilanes y quebrantahuesos,
- Los somurgujos que en saladas ondas
- Se buscan el sustento, diferencian
- Según las circunstancias sus clamores,
- Principalmente cuando se disputan
- La subsistencia y luchan por la presa.
- Y su ronco cantar mudan las otras
- Según las estaciones, como lo hacen
- Cornejas vividoras, y las bandas
- De cuervos cuando anuncian, según dicen,
- Y llaman vientos, lluvias y tormentas.
- Pues si las diferentes sensaciones
- Al animal obligan, siendo mudo
- A proferir sonidos diferentes,
- ¿Cuánto más natural es que haya el hombre
- Podido designar diversas cosas
- Entonces con sonidos peculiares?
- Mas para prevenirte una pregunta
- Que quizá en tu interior me estás haciendo,
- El rayo fue el primero que a los hombres
- Trajo el fuego a la tierra: de allí nacen
- Todas las llamas que ora disfrutamos.
- ¿No vemos muchos cuerpos abrasados
- Con llamas celestiales cuando lanza
- Su fuego en tierra el aire borrascoso?
- Fuera de que se incendia árbol frondoso
- Cuando, siendo agitado por los vientos,
- Se frota con las ramas de otro árbol.
- Y así como se va aumentando el frote
- Arroja chispas y hace algunas veces
- Brillar fuegos ardientes en las ramas
- En medio de su mutua rozadura:
- De una de aquestas causas nace el fuego.
- Mas viendo que los rayos del Sol daban
- Sazón y madurez a cualquier fruto,
- Trataron ellos con la acción del fuego
- De cocer y ablandar los alimentos;
- Y aquéllos que tenían más ingenio,
- Y mucho más su espíritu alcanzaba,
- Iban de día en día introduciendo
- En el sustento y vida primitiva
- Otras mudanzas nuevas con el fuego.
- A levantar ciudades empezaron
- Y a construir alcázares los reyes,
- Do pudiesen tener seguro asilo:
- Repartieron las tierras y ganados
- Conforme a la belleza y al ingenio
- Y la fuerza y valor de cada hombre,
- Porque eran estas prendas naturales
- Las que más a los hombres distinguían;
- Por fin, se introdujeron las riquezas,
- Y descubriose el oro, que al momento
- Envileció la fuerza y hermosura:
- Por lo común hermosos y valientes
- Hacen crecer la corte del más rico.
- Si la sola razón nos gobernase,
- La suprema riqueza consistiera
- En ser el hombre igual y moderado;
- Cuando hay pocos deseos, todo sobra:
- Mas los hombres quisieron ser ilustres
- Y poderosos, para de este modo
- Hacerse eternamente afortunados
- Y tranquilos vivir en la opulencia.
- ¡Esfuerzos vanos! pues la muchedumbre
- De los hombres que van tras la grandeza
- Llenó todo el camino de peligros;
- Si llegan a encumbrarse, los derroca
- De ordinario la envidia, como un rayo,
- En los horrores de una muerte infame.
- Debe, por tanto, el ánimo prudente
- Anteponer la quieta servidumbre
- A la ambición del trono soberano.
- Deja a estos miserables se consuman,
- Y se amancillen con sudor y sangre,
- Y forcejeen en la senda estrecha
- De la ambición sin fruto; pues no advierten
- Que la envidia recoge, como el rayo,
- Sus fuegos en los sitios más alzados:
- Su saber sólo estriba en dicho ajeno,
- Y apetecen las cosas más de oídas
- Que consultando a sus sentidos mismos:
- Al presente es el hombre como ha sido
- Y como será siempre en cualquier tiempo.
- Así, cuando a los reyes dieron muerte,
- La majestad antigua de los tronos
- Y los soberbios cetros derribados
- Yacían con infamia; y de sus sienes
- La brillante diadema ensangrentada,
- Pisoteada por los pies del pueblo,
- Se lamentaba de su inmensa gloria:
- Pues codiciosamente se aniquila
- Lo que antes se adoró con miedo acerbo.
- La autoridad suprema se volvía
- Al pueblo entonces y a la muchedumbre:
- Y cada cual el cetro demandaba,
- El sumo imperio y la soberanía.
- Eligieron de entre ellos magistrados,
- Que obedecieron voluntariamente:
- Porque el género humano, fatigado
- De vivir en la dura servidumbre,
- Y con enemistades extenuado,
- Más de su grado recibió las leyes
- Y los justos derechos: pero como
- El enojo llevase la venganza
- Mucho más lejos de lo que las leyes
- Permiten al presente, se cansaron
- De la anarquía y las venganzas fieras.
- De aquí nació el temor de los castigos,
- Que envenena los gustos de la vida:
- El hombre mismo violento, injusto,
- Queda en sus propios lazos enredado:
- La iniquidad se vuelve casi siempre
- Contra su mismo autor: gozar no puede
- De una vida pacífica y tranquila
- El que viola los sociales pactos.
- Aun cuando sus acciones estuviesen
- A los hombres y dioses encubiertas,
- Debe estar en continuo sobresalto
- De que se haga patente su delito;
- Pues refieren que muchos en el sueño
- O delirando en las enfermedades
- Se descubrieron infinitas veces,
- Y revelaron crímenes que habían
- Tenido mucho tiempo reservados.
- No es difícil el dar razón ahora
- De lo que motivó entre las naciones
- A creer la existencia de los dioses,
- Y las ciudades inundó de altares
- Y estableció los ritos religiosos,
- Estas pompas augustas que en el día
- Se hacen en las empresas importantes
- Por todas las naciones de la Tierra:
- Y cuál sea la causa y el origen
- De este horror infundido a los mortales
- Que erige en todo el orbe de la tierra
- A las divinidades nuevos templos
- Y con días festivos las obsequia.
- Es que ya desde entonces los mortales,
- Aunque despierto el ánimo, veían
- Los simulacros sobrenaturales,
- Que la ilusión del sueño exageraba
- A su imaginación: así, creyendo
- Que movían sus miembros y que hablaban
- Con imperiosa voz, proporcionada
- A su gran porte y fuerzas desmedidas,
- Por vivos y sensibles los tuvieron.
- También los suponían inmortales;
- Pues siendo su hermosura inalterable,
- Con la misma belleza se ofrecían
- A ellos los fantasmas celestiales;
- Y porque siempre con tan grandes fuerzas
- Creían imposible que triunfase
- De ellos acción alguna destructora:
- También por muy dichosos los tenían,
- Pues no les inspiraba sobresalto
- El temor de la muerte; y porque en sueños
- Los veían hacer muchos prodigios
- Sin quedarse por ellos fatigados.
- La morada y palacio de los dioses
- Pusieron en los cielos, porque es donde
- Parece que voltean Sol y Luna;
- De allí viene la noche, de allí el día,
- Y los astros errantes allí brillan
- Y los volantes fuegos por la noche;
- Los nublados, rocíos, lluvias, nieve,
- Vientos, rayos, granizo y raudos truenos,
- Y los murmullos largos de amenazas.
- ¡Oh raza de los hombres sin ventura!
- ¡Cuando a los dioses concedió existencia
- Y los armó de cólera inflexible,
- Cuántos gemidos asimismo entonces,
- Qué heridas a nosotros, y qué llantos
- A nuestra descendencia ocasionaron!
- No es piedad el dar vueltas a menudo,
- Tapada la cabeza ante una piedra,
- Ni el visitar los templos con frecuencia,
- Ni el andar en humildes postraciones,
- Ni el levantar las manos a los dioses,
- Ni el inundar sus aras con la sangre
- De animales, ni el cúmulo de votos:
- Que la piedad consiste en que miremos
- Todas las cosas con tranquilos ojos;
- Porque cuando hacia arriba los alzamos
- A contemplar las bóvedas inmensas
- Y todo el estrellado firmamento;
- Cuando reflexionamos la carrera
- Del Sol y de la Luna, se despierta
- Entonces en el pecho de repente
- Una inquietud, que al parecer habían
- Los otros males de la vida ahogado,
- Y el hombre se pregunta si por dicha
- Hay alguna deidad omnipotente
- Que estos resplandecientes globos mueve;
- Pues la misma ignorancia de las causas
- Hace que ande el espíritu dudoso:
- Se indaga qué principio tuvo el mundo,
- Y cuál será su fin y hasta qué tiempo
- Él podrá resistir este trabajo
- De estar en un continuo movimiento;
- O si, inmortalizado por los dioses,
- Podrá desafiar por muchos siglos
- De eterna duración las grandes fuerzas.
- ¿Qué espíritu, además, no apoca el miedo
- De los dioses? ¿A qué hombre no se hielan
- Los miembros de pavor cuando la tierra
- Abrasada retiembla con el golpe
- Horrible de los rayos, y recorren
- Todo el cielo murmullos espantosos?
- ¿No se estremecen pueblos y naciones?
- Sobrecogidos los soberbios reyes,
- ¿No abrazan las estatuas de los dioses
- Temblando aquel instante formidable
- De expiar sus acciones criminales
- Y todos sus tiránicos mandatos?
- ¿Y cuando barren los furiosos vientos
- Al jefe de la escuadra por los mares
- Con sus bravas legiones y elefantes,
- Pávido no hace votos a los dioses
- Para obtener a fuerza da plegarias
- Tranquilidad y vientos favorables?
- En vano todo; porque arrebatado
- Por algún violento remolino,
- En los escollos va a encontrar la muerte:
- Ciertamente parece que se burla
- De los humanos acaecimientos
- Una fuerza secreta, y se complace
- En pisar con ludibrio las segures
- Y los fasces hermosos. Por fin, cuando
- Debajo de los pies vacila el orbe,
- Cuando caen las ciudades desplomadas,
- Y están amenazando otras ruina,
- ¿Por ventura, es extraño que los hombres
- Se llenen de desprecio hacia sí mismos,
- Y reconozcan un poder más grande
- Y una fuerza divina extraordinaria
- Que a su gusto dirija el universo?
- Por lo demás, el oro, cobre y hierro,
- Y la plata y el plomo, se encontraron
- Cuando devoró el fuego vastas selvas
- En las montañas, bien cayendo rayos,
- O bien los hombres peleando en bosques
- Fuego arrojasen contra el enemigo
- Para atemorizarle; y ya movidos
- De la bondad del suelo dispusieron
- Hacer los bosques tierras labrantías,
- O bien en praderías convertirlos:
- O para destruir más fácilmente
- Las fieras y quedar ricos con ellas:
- Pues se usaran primero en cacerías
- Los hoyos y los fuegos que las redes
- Para cercar un bosque, y las jaurías
- Que levantan la caza. Cualquier causa
- Que haya dado principio a aquel incendio,
- Cuando hubo viva llama devorado
- Con un horrible estrépito las selvas
- Hasta la raíz misma, y recocido
- La tierra con su fuego arroyos de oro
- Y de plata, además de cobre y plomo,
- Después de haber corrido por las venas
- Encendidas del Globo, se juntaron
- En cavidades; y consolidados,
- Viendo cómo brillaban en la tierra,
- Prendados de su brillo y hermosura,
- Los recogían cuidadosamente:
- Y observando tenían la figura
- De aquellas cavidades en que estaban,
- Pensaron que con fuegos derretidos
- Se les podía dar cualquiera forma
- Y cualquiera figura; y golpeando,
- Hacer se adelgazasen y extendiesen,
- Y rematasen en aguda punta:
- Vieron también ser buenos para armas,
- Para corta de selvas, pulimento
- De materiales y cuadrar maderos,
- Para taladros, para excavaciones:
- Quisieron emplear la plata y oro
- En los mismos servicios que hizo el cobre,
- Pero fue en vano, porque no tenían:
- Bastante consistencia estos metales,
- Ni la dura fatiga resistían.
- Tuvo entonces el cobre mayor precio,
- Y se despreció el oro como inútil
- Embotando su punta fácilmente:
- Despréciase ahora el cobre; el oro sube
- A la mayor estima: de este modo
- Cambia el tiempo la suerte de las cosas;
- Lo que antes se estimaba, hoy se desprecia;
- Lo que no se quería, vale ahora
- Y se codicia más de día en día,
- Y es el objeto digno de alabanzas,
- Y tiene sumo aprecio entre los hombres.
- Cómo se descubrió el uso del hierro
- Tú mismo puedes conocerlo, Memmio.
- Las manos fueron las primeras armas,
- Y las uñas y dientes; y las piedras,
- Y las ramas de árboles, y el fuego,
- Y la llama después que se encontraron.
- Se supieron después las propiedades
- Del hierro y cobre; pero el uso de éste
- Se conoció mucho antes que el del hierro.
- Por ser más a propósito y copioso,
- Se labraba la tierra con el cobre,
- Y con cobre se daban los combates,
- Se sembraba la muerte. y se robaban
- Los campos y ganados; pues desnudos
- E inermes se rendían fácilmente
- A gente armada: convirtiose el hierro
- Casi insensiblemente en las espadas,
- Y llegó a ser tirada con desprecio
- La hoz de cobre; y a romper el suelo
- Empezaron con hierro, y decidiose
- De las batallas la dudosa suerte.
- Y montar un caballo y gobernarle
- Con riendas y con frenos, combatiendo
- Con la mano derecha, fue primero
- Que arrostrar los peligros de la guerra
- Sobre un carro que tiran dos caballos;
- Y precedió este tiro a la cuadriga
- Y a la invención de los falcados carros.
- Llegaron a enseñar cartagineses
- Después al elefante monstruoso,
- Que lleva torres y la trompa pliega,
- A recibir heridas en la guerra
- Y a meter el desorden en las huestes.
- Así inventó Discordia sanguinaria
- Medios de asolación uno tras otro,
- Todos horribles a la humana gente
- Y un nuevo colmo de terror pusiera
- A la guerra espantosa cada día:
- Y se probó también en los combates
- El furor de los toros, y ensayaron
- Que embistiesen crueles jabalíes
- Al enemigo: y los leones bravos
- En la guerra a los Partos precedían
- Con conductores bien provistos de armas,
- Y terribles maestros, destinados
- A refrenar su ardor con las prisiones:
- Inútilmente; porque, enardecidos
- Con la sangre y matanza, derramaban
- El desorden, crueles por doquiera
- Sus melenas horribles sacudiendo.
- Ni dirigir podían los jinetes
- A los caballos atemorizados
- Con los rugidos, ni tampoco hacerlos
- Que volviesen la cara al enemigo.
- Las leonas, furiosas se arrojaban
- Del uno al otro ejército saltando,
- Presentaban su boca amenazante
- A todos los que al paso se encontraban;
- Por detrás los cogían descuidados,
- Y a tierra los echaban destrozados
- Con garras y con dientes: y los toros
- Lanzaban por el aire jabalíes,
- Y después con coraje los pisaban;
- Las tripas del caballo echaban fuera
- Metiéndole las astas por debajo,
- Y después de caído se arrojaban
- Sobre él, amenazándole de nuevo.
- Pero empleaban contra sus aliados
- Los jabalíes sus colmillos fuertes,
- Y teñían furiosos en su sangre
- Las armas rotas, y con nueva furia
- A infantes y jinetes daban muerte.
- Huían velozmente los caballos
- De la fiera embestida de sus dientes,
- Empinándose: puesto que allí vieras
- Rotos sus corvejones, de repente
- Abandonar la mole de su cuerpo
- A pesada caída los caballos.
- Creyendo que estarían bien domados,
- De cara encarnizarse los veían
- En medio de la acción de las heridas,
- De confusión, espanto, gritos, fuga:
- No se podía sujetar ninguno;
- Todos se dispersaban: de manera
- Que hicieron lo que aún hacen hoy en día
- Los elefantes en la guerra heridos,
- Que huyen después de haber desparramado
- El estrago y la muerte entre las filas
- Que con tanta bravura defendieron.
- Sin embargo, no puedo persuadirme
- De que no hayan previsto de antemano
- Las comunes desgracias que traería
- Entre ellos este uso abominable;
- Y quisiera también que comprendieses
- En estos males a los varios mundos
- Que de diverso modo ha construido
- Naturaleza, y no los limitaras
- A sólo nuestro mundo: la esperanza
- De vencer no introdujo estos estragos;
- Más bien los hombres, que desconfiaban
- De su número, y armas no tenían,
- Quisieron, pereciendo en el ataque,
- Dar que gemir a las contrarias filas.
- Eran entrelazados los vestidos
- Primero que el tejido se inventara:
- El arte de tejer se siguió al hierro;
- Pues sólo con el hierro hacerse pueden
- Instrumentos tan finos como husos,
- Córcolas, lanzaderas y las planchas.
- A los hombres forzó Naturaleza
- A trabajar la lana antes que diera
- Este oficio a las hembras; porque el hombre
- Tiene mayor industria y sobresale
- En cualquier arte: empero vergonzoso
- Pareció a los robustos labradores,
- Y en manos de las hembras la pusieron,
- Y para sí dejaron los trabajos
- Más duros y penosos, y escogieron
- Fortalecer con ellos cuerpo y manos.
- Pero enseñó también Naturaleza
- El arte de plantar y los injertos;
- Ella dio estas lecciones la primera,
- Mostrando las semillas y bellotas
- Que cada una a su tiempo producía
- Al pie del árbol mismo do cayera
- Un enjambre de arbustos: desde entonces
- Gustaron injerir ellos en ramas
- Renuevos de otra especie, y por los campos
- Les agradó plantar arbustos nuevos.
- Hicieron nuevo ensayo cada día
- En la cultura de su dulce campo,
- Y veían los frutos más silvestres,
- Con el blanco cultivo y el cuidado,
- Llegar a suavizarse. Y obligaron
- A meterse las selvas hacia el monte
- De día en día, y a dejar los llanos
- A la cultura, para que los prados,
- Los lagos, los arroyos y los frutos
- Y las viñas alegres ocupasen
- Los campos y collados, y el olivo
- Pudiese por el medio derramarse
- Por cerros y por valles y por campos
- En tendidas hileras, como ahora
- Ves la gustosa variedad que ofrecen
- Las campiñas, doquiera divididas
- O guarnecidas de árboles frutales.
- Mas los claros gorjeos de las aves
- Con la voz se imitaban mucho antes
- Los oídos con versos armoniosos
- De melódico son y dulce halago:
- Y el silbido del céfiro en los huecos
- De las cañas les dio lección primera
- De inflar la campesina cañaheja
- Después, por dedos ágiles tocada,
- Y acompañada de la voz, la flauta
- Poco a poco hizo oír sus dulces quejas.
- Fue inventada en los bosques retirados,
- En las selvas y montes solitarios,
- Entre los dulces ocios de pastores.
- Lentamente va el tiempo de este modo
- Sacando a luz las artes diferentes,
- Y el ingenio las va perfeccionando.
- Suavizaban las penas de la vida
- Con estos inocentes pasatiempos
- Cuando acababan la frugal comida,
- Al tiempo que el descanso es más gustoso,
- Y así por lo común, ellos, tendidos
- Sobre la verde grama, al pie del agua
- De un arroyo, debajo de las ramas
- De algún árbol erguido a poca costa
- Gozaban de placeres inocentes,
- Mas sobre todo en la estación risueña,
- Cuando con verde hierba engalanaba
- Y con flores los prados el verano:
- Entonces era el tiempo de las danzas,
- Entonces de las pláticas, entonces
- De las dulces risadas, porque entonces
- La musa pastoril se remontaba:
- Los provocaba entonces la alegría
- A adornarse los hombros y cabeza
- Con guirnaldas de flores y de hojas,
- Y herían sus pies rústicos la tierra,
- Esta madre común, pesadamente
- Sin compás ni soltura, por lo que eran
- Las risas e inocentes carcajadas;
- Haciendo los placeres, más extraños
- Su misma novedad: y, desvelados,
- De aquí sacaban ellos sus consuelos,
- La voz acomodando a varios cantos
- Y pasando sus labios apretados
- Sobre sus caramillos. Al presente
- Recreamos así nuestros desvelos,
- Y aprendemos la música con reglas;
- Mas no cogemos frutos tan colmados
- De la dulzura como los cogía
- La raza inculta de hijos de la Tierra.
- Así que, el bien presente preferimos
- Y nos agrada más suavemente
- Si otro más superior no conocemos,
- Y los nuevos inventos perjudican
- A los antiguos y del todo mudan
- Nuestros gustos: por eso aborrecimos
- La bellota; por eso hemos dejado
- Las camas de los céspedes y hojas:
- La piel cayó también en el desprecio;
- Aquel vestido de feroces bestias.
- ¡Cuánto me temo que la envidia entonces
- Contra aquel inventor se encarnizase
- Que la vistió primero asesinando
- Traidoramente este hombre; y a la postre
- Los demás entre sí se repartieron
- La piel sangrienta sin querer dejarla!
- Porque entonces las pieles, ahora el oro
- Y púrpura ejercitan a los hombres
- Con zozobras, combates y fatigas:
- Nosotros somos más culpables que ellos,
- Pues sin pieles el frío atormentaba
- A los desnudos hijos de la Tierra;
- Nosotros ningún daño recibimos,
- Careciendo de púrpura y de oro
- Y de ricos bordados, si tenemos
- Un vestido común que nos abriga.
- Así en vano se afana el hombre siempre
- Y de continuo se atormenta en vano,
- Y en cuidados superfluos gasta el tiempo,
- Porque no pone límite al deseo,
- Y porque no conoce hasta qué punto
- El placer verdadero va creciendo:
- Y esto es lo que ha lanzado poco a poco
- Entre borrascas a la humana vida,
- Y ha movido unas guerras tan crueles
- Para arruinar la sociedad entera,
- El Sol y Luna, estos brillantes globos
- Que van luciendo alternativamente
- Por el rico palacio de los cielos,
- Han dado bien a conocer al hombre
- Vicisitud constante en estaciones
- Y de naturaleza el orden cierto.
- El hombre ya vivía en fuertes torres,
- Y la tierra se había repartido,
- Y estaba floreciente su cultura;
- Florecía la mar con hondas naves;
- Y por medio de pactos y alianzas
- Entre sí ya se unían las naciones,
- Cuando con sus canciones los poetas
- A transmitir hazañas empezaron
- A la posteridad: no mucho antes
- Se inventó la escritura: por lo tanto,
- De estos antiguos siglos no logramos
- Más vestigios que aquéllos que entrevemos
- Por la razón guiados solamente.
- Y la navegación, la agricultura,
- La arquitectura, la jurisprudencia,
- El arte de hacer armas y caminos,
- De preparar las telas, y las otras
- Invenciones a estas semejantes,
- Y aun todas las que son de mero gusto,
- La pintura, escultura y poesía,
- Se inventaron a fuerza de experiencias
- Por la necesidad y por la industria.
- El tiempo de este modo poco a poco
- Trae los descubrimientos de las cosas,
- Y la industria adelanta sus progresos;
- Pues vemos que el ingenio perfecciona
- Las artes sin cesar unas con otras,
- Hasta que logran perfección cumplida.