Libro quinto - De la naturaleza de las cosas - poema en seis cantos de Tito Lucrecio

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De la naturaleza de las cosas

Poema en seis cantos de Tito Lucrecio Caro ; traducido por D. José Marchena

DE RERUM NATURA - Acerca la Naturaleza de las cosas

Libro Quinto

  • ¿Quién con robusto pecho cantar puede
  • Según la majestad de los objetos
  • Estos descubrimientos asombrosos;
  • O quién tan elocuentes labios tiene
  • Que pueda celebrar las alabanzas
  • Según merece aquel sublime genio
  • Que nos dejó los frutos de su mente?
  • Nadie que mortal cuerpo haya tenido;
  • Porque, si como exige la grandeza
  • De los descubrimientos de las cosas
  • Es preciso que hablemos de las mismas,
  • Un dios fue aquél, un dios, ínclito Memmio,
  • Que primero inventó aquel plan de vida
  • Que hoy de sabiduría tiene nombre,
  • Haciendo que por medio de este arte
  • Sucediese la calma a las tormentas,
  • Y a las tinieblas una luz hermosa.
  • Los inventos antiguos de otros dioses
  • Compara tú con éstos: porque dicen
  • Haber a los mortales enseñado
  • Ceres el modo de coger los frutos
  • Y el zumo de la vid el padre Baco;
  • Pudiéndose vivir sin estos dones,
  • Como cuentan que viven al presente
  • Muchas naciones: pero sin virtudes,
  • Vivir no se podría felizmente:
  • Tenemos, pues, justísimos motivos
  • De ser un dios para nosotros éste
  • Cuyos dulces consuelos extendidos
  • Por todas las naciones de la tierra
  • Los ánimos halagan en sus cuitas.
  • Estás muy engañado si presumes
  • Que los trabajos de Hércules le exceden;
  • ¿Pues , qué daño al presente nos harían
  • Aquella boca del león nemeo
  • Anchurosa, y las cerdas erizadas
  • Del jabalí de Arcadia? ¿qué podrían
  • De Creta el toro, y la lernea plaga
  • De la hidra atrincherada de serpientes
  • Ponzoñosas? o ¿qué de los tres cuerpos
  • Del enorme Gerión se nos daría?
  • ¿Y acaso los caballos de Diomedes,
  • Cuyas narices fuego resollaban
  • Allá cerca del Ísmaro en la Tracia
  • Y en las Bistonias costas nos dañaran?
  • ¿Qué las aves de Arcadia con sus garras,
  • Del Estínfalo horribles moradoras?
  • ¿Qué daño, en fin, hiciera el guardián fiero
  • Del jardín y fulgentes pomas de oro
  • De Hespérides, aquel dragón furioso
  • Que vibraba amenazas de sus ojos,
  • Y cuyo enorme cuerpo el rico tronco
  • Con roscas y más roscas abrazaba
  • Del océano Atlántico las playas
  • Y cerca de aquel mar inaccesible
  • Sobre el cual nunca osaron exponerse
  • Ni romanos ni bárbaros? ¿qué hicieran,
  • Aunque se viesen monstruos semejantes
  • Y el mundo no estuviera limpio de ellos?
  • No causarían daño, según pienso;
  • Ahora hierve la tierra todavía
  • En alimañas, y el espanto reina
  • Por los bosques, y selvas y montañas;
  • Podemos evitarlas sin embargo.
  • Pero si no tenemos limpio el pecho,
  • ¡Qué combates tan recios sostendremos!
  • Y a pesar nuestro, entonces, ¡cuántos riesgos
  • Tenemos que vencer! ¡de qué inquietudes,
  • De qué cuidados y de qué temores
  • No es desgarrado el corazón del hombre
  • Que se entrega sin freno a sus pasiones!
  • ¡Cuántos estragos hacen en su alma
  • Orgullo, obscenidad y petulancia!
  • ¡Cuántos el lujo y la desidia torpe!
  • Así el que a todos estos enemigos
  • Hubiera sujetado, y de su pecho
  • Los hubiese lanzado con las armas
  • De la razón tan sólo, ¿no debemos
  • Colocar este hombre entre los dioses?
  • ¿Qué diremos si en términos divinos
  • Su lengua desató este mismo sabio
  • Para hablar de los dioses inmortales
  • Y para descubrir a nuestros ojos
  • De la naturaleza los misterios?
  • Entrando yo en la senda que me he abierto,
  • Proseguiré enseñándote las leyes
  • Que hacen que todo ser tenga su límite
  • Según su formación, y que no pueda
  • Pasar jamás los límites prescritos
  • A su duración propia: pues habiendo
  • Probado nace el alma con nosotros,
  • Que no puede durar eternamente,
  • Que no son más que vanos simulacros
  • Las fantasmas, imágenes de muertos,
  • Que creemos en sueños ver nosotros:
  • Y el orden mismo de mi objeto ahora
  • Me conduce a tratar del nacimiento
  • Del mundo y de su término postrero;
  • Y también a explicarte de qué modo
  • Los átomos unidos han formado
  • La tierra, el cielo, el mar, el Sol, los astros,
  • Y el globo de la Luna: qué animales
  • Ha parido la tierra, y cuáles nunca
  • Pudieron existir: y por qué encanto,
  • Variando los hombres las palabras
  • Entre sí, establecieron el comercio
  • De las ideas; cómo se introdujo
  • Aquel miedo a los dioses en los pechos
  • Que en todos los países de la tierra
  • Conserva templos, lagos, bosques, aras,
  • Y las santas estatuas de los dioses.
  • Explicaré las leyes que ha prescrito
  • Del Sol al curso la Naturaleza
  • Y a las revoluciones de la Luna;
  • Para que no creamos falsamente
  • Que por un espontáneo movimiento
  • Eternamente ruedan estos astros
  • Tan obsequiosos entre cielo y tierra,
  • Para acrecentamiento de los frutos
  • Y de los animales: o que sea
  • A los dioses debido en cierto modo
  • El período de sus revoluciones:
  • Porque los que estuvieren persuadidos
  • Del descuido en que viven las deidades,
  • Si no obstante se admiran de las causas,
  • Aun de las naturales apariencias
  • Que se observan encima de nosotros
  • En la región etérea, nuevamente
  • Caen en su inveterado fanatismo
  • Y nos ponen tiranos inflexibles,
  • A quienes para colmo de miseria
  • Conceder un poder ilimitado,
  • Por no saber qué cosa existir puede,
  • Cuál no puede, y los límites precisos
  • Que ha señalado la Naturaleza,
  • En fin, a la energía de los cuerpos.
  • Yo no ignoro cuán nueva e increíble
  • Es la opinión de que la tierra y cielo
  • Se acabarán, y cuán difícil sea
  • Para mí convencer a los mortales
  • De una verdad que hasta ahora no ha llegado,
  • A sus oídos; que por otra parte
  • No pueden a la vista sujetarla
  • Ni al tacto, los dos únicos caminos
  • Que a la evidencia guían hasta el templo
  • Del espíritu humano: sin embargo,
  • Yo romperé el silencio: la experiencia
  • Vendrá quizá en apoyo de mi aserto;
  • Verás quizá dentro de poco tiempo,
  • Agitado de horribles terremotos,
  • Todo el orbe en ruinas convertido.
  • Aleje de nosotros el destino
  • Desastre semejante; el raciocinio
  • Convénzanos más bien que la experiencia
  • De que es posible se hunda todo el Globo
  • Con un fragor horrísono deshecho.
  • Antes de que yo empiece a revelarte
  • Los decretos del hado más sagrados
  • Y mucho más seguros que no aquéllos
  • Que pronuncia la Pitia coronada
  • De laurel en la trípode de Apolo,
  • Quiero infundirte aliento con verdades
  • Consoladoras, por si acaso piensas,
  • De la superstición aherrojado,
  • Que la Tierra y el Sol, el mar, el cielo,
  • Los astros y la Luna son substancias
  • Eternas y divinas; presumiendo
  • Que son impíos como los gigantes,
  • Dignos de los suplicios más atroces
  • Por su horrible atentado, los que quieran
  • Desbaratar las bóvedas del Mundo
  • Y apagar la clarísima lumbrera
  • Del Sol con vanas argumentaciones,
  • Tratando lo inmortal con mortal labio.
  • Pero están estos cuerpos tan distantes
  • De la divinidad, y nos parecen
  • Tan indignos de estar entre los dioses,
  • Que, al contrario, más bien nos dan ideas
  • De una materia bruta inanimada:
  • No se debe creer que el sentimiento
  • E inteligencia sean propiedades
  • De cualquier cuerpo indiferentemente.
  • Así como en el aire estar no puede
  • El árbol, ni en el mar salado nubes,
  • Ni peces en los campos, ni en los leños
  • La sangre, ni los jugos en las piedras,
  • Porque ha prescrito la naturaleza
  • A cada ser el sitio donde nazca,
  • Y do se desarrolle; así no puede
  • Nacer el alma aislada sin un cuerpo,
  • Sin nervios y sin sangre: si posible
  • Y fácil fuera, mucho más podría
  • Formarse en la cabeza o en los hombros,
  • O en los talones o en cualquiera parte
  • Del cuerpo; porque al fin ella estaría
  • En el mismo hombre y vaso de continuo.
  • Mas como estamos ciertos que en el cuerpo
  • Tienen ánimo y alma en sitio fijo
  • Donde nacen y crecen apartados;
  • Por lo mismo diremos que no puede
  • El alma subsistir sino en un cuerpo,
  • Y sin forma animal en los terrones
  • Pesados de la tierra, o en el fuego
  • Del Sol, o en el agua o en los aires:
  • Luego no están dotadas estas masas
  • De alma divina, puesto que no pueden
  • Gozar el movimiento de la vida.
  • Tampoco puedes presumir que tengan
  • Los dioses sus moradas sacrosantas
  • En una de las partes de este mundo:
  • Porque ellos son substancias tan sutiles,
  • Que el sentido no puede percibirlas,
  • Ni el espíritu apenas comprenderlas:
  • Si escapan al contacto de las manos,
  • No deben tocar ellos ningún cuerpo
  • Que podamos tocar; porque no puede
  • Tocar el que de suyo es intangible:
  • Luego muy diferentes de las nuestras
  • Deben ser sus moradas, tan sutiles
  • Como sus cuerpos: lo que extensamente
  • Te probaré en la serie de mi escrito.
  • Decir, a la verdad, que en favor nuestro
  • Han querido los dioses disponernos
  • El orden bello de naturaleza;
  • Que debemos loar por esto mismo
  • Esta obra admirable de los dioses;
  • Por inmortal y eterna reputarla;
  • Que es un crimen minar con lengua osada
  • De este edificio eterno los cimientos,
  • Que levantó para la especie humana
  • El saber de los dioses inmortales:
  • Estas fábulas y otras semejantes
  • Indicio, ¡oh Memmio!, son de gran locura.
  • ¿Qué utilidad nuestro agradecimiento
  • Podría acarrear a aquellos seres
  • Inmortales por sí y afortunados,
  • Para empeñarlos en obsequio nuestro
  • A emprender esta obra y concluirla?
  • ¿O qué nuevo interés pudo inducirlos
  • Pacíficos después de tantos siglos
  • A codiciar nuevo tenor de vida?
  • Aquél sólo apetece las mudanzas
  • Que de suerte infeliz es perseguido:
  • Pero aquél que jamás probó infortunio
  • Gozando de tranquila y dulce vida,
  • ¿Qué nuevo estado pudo enamorarle?
  • ¿En las tinieblas y en angustia estaba
  • Su vida acaso hundida hasta el momento
  • En que nueva brilló naturaleza?
  • Y de no haber nacido, ¿qué desgracia
  • Nos podía venir? Cualquier nacido
  • Tan sólo debe apetecer la vida
  • Mientras blando placer le tenga en ella:
  • Pero aquél que jamás contado fuera
  • Entre los que gustaron su dulzura,
  • ¿En no haber existido, qué perdiera?
  • ¿De dónde, pues, sacaron las deidades
  • Para la creación del Universo
  • El ejemplar y la primera idea
  • De los hombres, de modo que pudiesen
  • Y ejecutarle? o ¿cómo conocieron
  • Las cualidades de los elementos,
  • Y lo que pueden sus combinaciones
  • Diferentes, a no ser que la misma
  • Naturaleza lo haya declarado?
  • Porque al cabo de siglos infinitos
  • Los muchos elementos de materia
  • Por choques exteriores sacudidos,
  • Y de su mismo peso arrebatados
  • Y llevados con raudo movimiento,
  • De diversas maneras se juntaron,
  • Probaron todas las combinaciones
  • De que pudiesen resultar los seres;
  • Por lo que no es extraño que hayan dado
  • Con la disposición y movimientos
  • Que forman este mundo y le renuevan.
  • Suponiendo que yo mismo ignorara
  • De los principios la naturaleza,
  • A asegurar, no obstante, me atreviera,
  • Cielo y naturaleza contemplando,
  • Que no puede ser hecha por los dioses
  • Máquina tan viciosa e imperfecta.
  • Cuanto coge la bóveda celeste
  • Del globo que habitamos, en gran parte
  • Las montañas y selvas y las fieras
  • Como si fuera propio lo dominan;
  • El mar que nos lo estrecha con sus brazos
  • Las rocas y lagunas lo poseen;
  • Un ardor insufrible, un hielo eterno
  • Casi dos partes roba a los mortales:
  • Y llenara de abrojos lo restante
  • Naturaleza a si misma entregada,
  • Si la industria del hombre no acudiera,
  • Hecho a gemir por alargar la vida
  • Bajo penoso afán, y a abrir la tierra
  • Con la pesada reja; si volviendo
  • Con ella los terrones, y domando
  • El suelo ingrato no le precisamos.
  • Los gérmenes no pueden por sí mismos
  • Salir y levantarse al aire puro:
  • Y a veces estos frutos son costosos
  • Cuando ya tienen hoja y ya florecen,
  • O los abrasa el sol con sus ardores,
  • O con ellos acaban los turbiones,
  • O frecuentes heladas los destruyen.
  • ¿Por qué causa sustenta y multiplica
  • En mar y tierra la Naturaleza
  • Esa horrífera casta de las fieras
  • Que a la raza humanal es tan dañosa?
  • ¿Por qué las estaciones traen los morbos?
  • ¿Por qué vaga la muerte prematura?
  • Y el niño, semejante al marinero
  • Que a la playa lanzó borrasca fiera,
  • Tendido está en la tierra, sin abrigo,
  • Sin habla, en la indigencia y desprovisto
  • De todos los socorros de la vida,
  • Desde el momento en que naturaleza
  • A la luz le arrancó con grande esfuerzo
  • Del vientre de la madre, y llena el sitio
  • De lúgubre vagido como debe
  • Quien tiene que pasar tan grandes cuitas.
  • Crecen las fieras y ganados varios,
  • Y ni el chupar ruidoso necesitan,
  • Ni con alma nodriza se les pone
  • Para acallarlos con lenguaje tierno;
  • Ni acomodan al tiempo sus vestidos
  • Ni de armas ni de muros elevados
  • Necesitan, en fin, con que defiendan
  • Sus bienes y riquezas; pues la tierra
  • Y la naturaleza largamente
  • Abastecen de todo a cada uno.
  • Primeramente, si la tierra y agua
  • Y los soplos ligeros de los aires
  • Y los vapores cálidos del fuego
  • A nacimiento y muerte están sujetos,
  • Debe correr la misma suerte el mundo,
  • Que de estos elementos se compone;
  • Porque siendo nativas y mortales
  • Las partes, debe e1 todo ser lo mismo:
  • Por lo que cuando veo renacidas
  • Las partes y los miembros agotados
  • Del mundo, me persuado que han tenido
  • Algún primer instante Cielo y Tierra,
  • Y me persuado su final ruina.
  • No te presumas, Memmio, que yo avanzo
  • Una proposición aventurada
  • Al decir que es mortal la tierra y fuego
  • Y que perecerán el aire y agua;
  • Que los mismos renacen y se aumentan.
  • Abrasada una parte de la tierra
  • Por los continuos soles, y hecha polvo
  • Con el pisar, se agrupa en torbellinos
  • Que los vientos robustos desparraman
  • Como ligeras nubes por los aires.
  • Parte de los terrones se resuelve
  • En agua con las lluvias y los ríos
  • Continuamente roen las orillas:
  • Cualquiera cuerpo, en fin, que aumenta otro
  • Con su propia substancia, se consume;
  • Y puesto que la Tierra es común madre
  • Y general sepulcro de los cuerpos,
  • Se gasta se repara de continuo.
  • Que el mar, ríos y fuentes siempre abundan
  • Y arrojan sin cesar copiosas aguas,
  • Lo declara la inmensa copia de ellas,
  • Que a enriquecerlos va por todas partes:
  • Mas las continuas y hórridas tormentas
  • Impiden llegue a ser muy abundante:
  • Barriéndola los vientos con su soplo
  • Y etéreo Sol chupándola con rayos
  • Reducen su volumen: otra parte
  • Se sume por las tierras y se filtra.
  • Se limpia de sus sales, se recoge
  • Toda en el nacimiento de los ríos,
  • Fluye sobre la tierra dulcemente
  • Por donde, una vez rota, facilita
  • Que con líquido pie corran las aguas.
  • Del aire voy a hablar, que cada instante
  • Prueba vicisitudes infinitas,
  • Pues todo cuanto fluye de los cuerpos
  • En este vasto océano se pierde;
  • El cual, si no les diera partes nuevas
  • Y sus pérdidas siempre reparara,
  • Ya se hubiera disuelto todo cuerpo
  • Y convertido en aire: luego siempre
  • Es producido el aire por los cuerpos
  • Y los cuerpos en aire se resuelven,
  • Pues es ley de la vida que los seres
  • Fluyan en general continuamente.
  • Y la perenne fuente de luz pura
  • El Sol etéreo, baña de continuo
  • El cielo con un brillo renaciente,
  • Y alimenta la luz con otra nueva;
  • Pues sus rayos se pierden al ponerse.
  • Lo puedes observar cuando las nubes
  • Hacia el Sol empezaron a arrimarse,
  • Y los rayos de luz casi ya cortan;
  • Toda su inferior parte en el momento.
  • Desaparece, obscúrase la tierra
  • Por todo cuanto abrazan los nublados,
  • Para que veas necesitan siempre
  • De nueva luz los cuerpos, y que muere
  • Cada rayo en su mismo nacimiento;
  • Y sería imposible de otro modo
  • Percibir los objetos sin que diera
  • El manantial de luz rayos perpetuos.
  • La misma luz artificial de casa
  • Y las coloradas lámparas y teas,
  • Que despiden de sí unos torbellinos
  • De llama y humo, corren de este modo
  • Con auxilio de fuegos tembladores
  • A dar una luz nueva de continuo,
  • Sus emisiones nunca se interrumpen:
  • Con tanta rapidez todos los fuegos
  • Reemplazan a la llama que se apaga
  • Con otra luz de súbito formada.
  • Así en vez de tener el Sol, la Luna
  • Y estrellas como cuerpos inviolables,
  • Debes creer que sólo nos alumbran
  • Siempre por emisiones sucesivas,
  • Que sin cesar se pierden y renuevan.
  • Por último; ¿no ves triunfar el tiempo
  • Aun de las piedras, y venirse al suelo
  • Altas torres, y a polvo reducirse
  • Los peñascos, hundirse y arruinarse
  • A pesar de los dioses, sus estatuas;
  • Que la deidad no puede hacer traspasen
  • Los límites prescriptos por el hado,
  • Ni ella misma luchar contra las leyes
  • Que la Naturaleza ha establecido?
  • ¿No vemos los humanos monumentos
  • Caer desmoronados ciertamente
  • Como si fueran por vejez minados?
  • ¿No ves rodar desde los altos montes
  • Peñascos desprendidos, incapaces
  • De resistir a las gigantes fuerzas
  • De un tiempo limitado? De repente
  • No se desprenderían ni cayeran,
  • Si al cabo de un gran número de siglos
  • Hubieran resistido los asaltos
  • Del tiempo, sin jamás rendirse a ellos.
  • Esa bóveda inmensa, en fin, contempla
  • Que dentro de sí abraza todo el orbe;
  • El cielo mismo, que al decir de algunos
  • Crea todos los seres, y disueltos
  • Los vuelve a recibir, tuvo principio,
  • Y cuerpo mortal tiene, aunque es inmenso;
  • Porque el ser que otros seres alimenta
  • Con su substancia, debe consumirse,
  • Cuando acción creadora los repara.
  • Si la Tierra y el Cielo no tuvieron
  • Jamás principio y fueron siempre eternos,
  • ¿Cómo es que no cantaron los poetas
  • Los sucesos también que precedieron
  • A la guerra tebana y fin de Troya?
  • ¿Dó fueron a parar tantas hazañas
  • De varones ilustres, excluidas
  • De los eternos fastos de la fama?
  • Nuevo es empero el mundo según pienso,
  • En la infancia está aún, y muy reciente
  • Tiene la fecha: pues se perfeccionan
  • También algunas artes al presente,
  • Y ahora se inventan otras; se adelanta
  • En la navegación bastante ahora;
  • Inventaron los músicos ha poco
  • Las Voces y sonidos melodiosos:
  • Esta naturaleza de las cosas
  • Y esta filosofía ahora han nacido
  • Y ahora soy yo mismo el que primero
  • Puedo de ellas hablar en nuestra lengua.
  • Pues si acaso presumes tuvo el Mundo
  • Todas estas ventajas en lo antiguo,
  • Mas que generalmente perecieron
  • Con voraz llama las generaciones,
  • O que se destruyeron las ciudades,
  • Aun debes afirmar más convencido
  • La ruina también de Cielo y Tierra:
  • Porque atacado de tan grandes males
  • Y expuesto el universo a tantos riesgos
  • Se hubiera destruido y arruinado
  • Si hubieran atacado más de recio;
  • Una prueba clarísima tenemos
  • De que somos mortales, enfermando
  • Con las mismas dolencias que enfermaron
  • Aquéllos que salieron de la vida.
  • Subsiste, pues, un cuerpo eternamente,
  • O porque siendo sólido resiste
  • Al choque y no permite le penetre
  • Otro que pueda disociar sus partes,
  • Como hacen los principios de materia,
  • Cuya naturaleza expliqué antes;
  • O porque es inaccesible al choque
  • Como el vacío, el impalpable espacio
  • A que acción destructora nunca llega;
  • O porque no le cerca algún espacio
  • Que pueda recibir en sí los restos
  • Después de disolverse; como el todo,
  • Fuera del cual no escaparán sus partes,
  • Ni hay cuerpos que las choquen y dividan.
  • Aunque sólido el Mundo, como dije,
  • No es inmortal, porque se da vacío
  • En la Naturaleza: ni tampoco
  • Lo es como el vacío, porque hay cuerpos
  • Innumerables en el vasto espacio
  • Cuyos ataques súbitos conmueven
  • Nuestro Mundo y le ponen en peligro
  • De perecer. Espacios hay inmensos
  • También en donde pueden dispersarse
  • Todas las partes de sus elementos,
  • O de otro cualquier modo aniquilarse.
  • No se cierran las puertas de la muerte
  • Al Cielo, Sol, y Tierra, y hondos mares;
  • Antes para tragarlos les presenta
  • Una boca disforme y anchurosa:
  • Por lo que a confesar te ves forzado
  • Haber tenido todos estos cuerpos
  • Principio, porque siendo destructibles,
  • Después de haber corrido tantos siglos,
  • De ningún modo hubieran resistido
  • De tiempo inmenso el poderoso esfuerzo.
  • La lucha, en fin, que reina entre los miembros
  • Vastísimos del Mundo, guerra impía
  • Que siempre los agita, ¿no declara
  • Que pueden acabarse y concluirse
  • Estos largos combates algún día?
  • Cuando hubieren el Sol y todo el fuego
  • Las aguas totalmente consumido,
  • Y hubieren conseguido una victoria
  • A que todas sus fuerzas se dirigen
  • Sin un feliz suceso todavía,
  • Pues abastecen tanto al mar los ríos,
  • Y amenazan los mares anegarnos
  • Desde el profundo abismo inútilmente:
  • Porque siendo barridos por los vientos,
  • Y del Sol absorbidos por los rayos,
  • Se van disminuyendo y los secaran
  • Primero que su fin lograse el agua.
  • De grandes intereses animados,
  • Estos dos elementos se hacen guerra
  • Con fuerza igual; aunque, según es fama,
  • Habiendo una vez sola dominado
  • El fuego ya en la tierra, y habiendo otra
  • Reinado el agua sobre el continente,
  • Triunfó no obstante el fuego, y una parte
  • Del mundo consumió con voraz llama
  • Cuando fue arrebatado Faetonte
  • Del Sol por los caballos desbocados,
  • Y por el aire y climas le arrastraron;
  • Pero entonces el Padre Omnipotente
  • Colérico y furioso lanzó a tierra
  • Un pronto rayo desde el mismo carro
  • A Faetón magnánimo, y su padre
  • Volvió a tomar después de su caída
  • La sempiterna lámpara del mundo;
  • Y ordenó nuevamente los corceles
  • Por el terror atónitos, dispersos,
  • Y su antigua carrera prosiguiendo,
  • Calmó de nuevo la naturaleza:
  • Los poetas antiguos de la Grecia
  • Así cantaron; la razón lo impugna,
  • Puesto que puede superar el fuego,
  • Si moléculas ígneas abundantes
  • Caen desde el Universo en nuestro Globo;
  • O algún poder contrario sobrepuja
  • La acción del fuego o a la vez perecen
  • Los seres vorazmente consumidos.
  • Cuentan también que en otro tiempo el agua
  • Victoriosa quedó, cuando anegadas
  • Dejó muchas ciudades; pero cuando
  • Desvaneció contraria fuerza al agua
  • De todo el Universo congregada,
  • Se pararon las lluvias y los ríos
  • Refrenaron el ímpetu furioso.
  • Pero de qué manera haya fundado
  • El casual concurso de principios
  • Cielo y Tierra y abismos de los mares,
  • La carrera del Sol y de la Luna,
  • Lo dirá por su orden este canto:
  • No por efecto de su inteligencia
  • Ni por su reflexión se colocaron
  • En el orden que vemos los principios;
  • Ni entre sí, a la verdad, han concertado
  • Sus movimientos; sino que infinitos
  • Los principios, movidos de mil modos,
  • Sujetos a impulsiones exteriores
  • Después de tanto número de siglos,
  • Y conducidos a su mismo peso,
  • Cuando de todos modos se juntaron,
  • Y cuando todas las combinaciones
  • Posibles, entre sí experimentaron,
  • Después de mucho tiempo y muchas juntas
  • Y movimientos, se coordinaron
  • Por último, y se hicieron grandes masas,
  • Que llegaron a ser en cierto modo
  • El bosquejo primero de la Tierra,
  • Del mar, del Cielo y seres animados.
  • No se veía entonces remontado
  • Por los aires el carro luminoso
  • Del Sol, ni las estrellas del gran mundo,
  • Ni el mar, ni el Cielo, ni por fin la Tierra,
  • Ni el aire ni otra cosa semejante
  • A las que nos rodean; sí un conjunto
  • De confusos principios borrascoso;
  • Después algunas partes empezaron
  • De esta masa disforme a separarse,
  • Los homogéneos átomos se juntan,
  • Desenvolviose el mundo y se formaron
  • Sus vastos miembros, y sus grandes partes
  • De toda especie de átomos se hicieron:
  • La discordia que había en los principios
  • Turbaba y confundía grandemente
  • Los intervalos, direcciones, lazos,
  • Las pesadeces, fuerzas impulsivas,
  • Combinaciones, y los movimientos
  • A causa de sus formas diferentes,
  • Y por la variedad de sus figuras
  • No podrían así quedar unidos;
  • El Cielo separose de la Tierra,
  • Y se atrajo la mar todas las aguas
  • Y los fuegos del éter también fueron
  • A brillar separados con luz pura.
  • Porque los elementos de la Tierra
  • Más graves y embrollados se juntaban
  • Y en el centro ocupaban las regiones
  • Más inferiores; cuanto más estrecho
  • Su enlace fue, tanto mejor sacaron
  • Con superabundancia la materia
  • Que formase los mares, las estrellas,
  • El Sol y Luna y el recinto vasto
  • Del mundo; porque siendo los principios
  • De todos estos cuerpos más sutiles,
  • Esféricos y lisos que los otros
  • De la Tierra, rompiendo por lo mismo
  • El éter del primero por sus poros
  • Se subió a lo más alto, y muchos fuegos
  • Robó consigo en su ligera marcha:
  • No de otro modo así por la mañana
  • Cuando la luz dorada del Sol tiñe
  • Sus rayos en las hierbas esmaltadas,
  • Los lagos y los ríos perennales
  • Exhalan una niebla, y a las veces
  • Parece que la misma tierra exhala
  • Una especie de humor; emanaciones
  • Sutiles que, después de levantadas
  • Y en la atmósfera unidas, se dilatan
  • Debajo de las bóvedas del Cielo
  • En opaco tejido; y así el éter
  • Fluido y leve entonces condensado
  • Formó un vasto recinto, y esparcido
  • Por todas partes y hacia todos lados,
  • Todo lo rodeó con cerco inmenso.
  • Después el Sol y Luna se formaron,
  • Cuyos globos dan vueltas en el aire
  • Por entre Cielo y Tierra; sus principios
  • No se agregaron a los de la Tierra
  • Ni a los del éter vasto, porque ni eran
  • Tan pesados que a lo ínfimo bajasen,
  • Ni tan ligeros que a la parte opuesta
  • Pudieran elevarse; están en medio
  • Suspensos de manera que voltean
  • Como cuerpos vivientes, como partes
  • Las más activas de Naturaleza:
  • No de otro modo algunos miembros nuestros
  • Inmóviles se quedan en su puesto
  • A pesar de que hay otros que se mueven.
  • Por fin, entresacados estos cuerpos,
  • Se hundió la Tierra de repente, abriendo
  • Un hondo foso a las saladas aguas,
  • Por do al presente la llanura inmensa
  • Se extiende de los mares azulados;
  • Y cuánto más la tierra cada día
  • Abierta por la misma superficie,
  • Estaba recogida y condensada
  • Y más metida hacia su propio centro
  • Por la acción repetida de los fuegos
  • Del éter, y del Sol por todos lados,
  • Más el sudor salado se exprimía
  • De su cuerpo, y los mares aumentaba
  • Con sus emanaciones; y asimismo
  • Infinitas moléculas de fuego
  • Y del aire, escapando de la tierra
  • Por esta misma compresión, volaban
  • Y espesaban la bóveda fulgente
  • Del Cielo, tan distante de la Tierra:
  • Los campos se bajaban por lo mismo,
  • Las cumbres de los montes se empinaban,.
  • Porque hundirse las peñas no podían,
  • Ni la tierra allanar todas sus partes.
  • De esta manera el orbe condensado
  • A la vez adquirió peso y firmeza;
  • Todo el limo del mundo se hundió abajo,
  • Si así puede decirse, con su peso,
  • Y quedó allí sentado como poso:
  • Encima de la tierra quedó el agua;
  • Después el aire; luego el mismo éter,
  • Con sus fuegos; los más puros principios
  • Hicieron estos fluidos que no tienen
  • La misma ligereza; el fluido éter,
  • Que es el más transparente más ligero,
  • Circula sobre el aire sin mezclarse
  • Con las auras del aire borrascosas;
  • Le permite que todo lo revuelva
  • Con raudo torbellino; le permite
  • Con borrasca inconstante alborotarlo:
  • Con ímpetu arreglado él resbalando
  • Lleva consigo sus brillantes fuegos;
  • Porque el poder así uniformemente
  • Moverse el fluido éter lo declaran
  • Las olas de los mares, cuyo flujo
  • Periódico y reflujo sigue siempre
  • En continuo mover las mismas leyes.
  • Ora indaguemos cuál será la causa
  • Que a los astros obliga al movimiento:
  • Y diremos primero, que si rueda
  • Del Cielo la gran bóveda, debemos
  • Suponer comprimidos los dos polos
  • Del mundo, y encerrados y cogidos
  • Por dos corrientes de aire, la una de ellas
  • Que empuja por encima y mueve el Cielo
  • Según la misma dirección que siguen
  • Del mundo eterno los brillantes astros;
  • Por debajo la otra los traslada
  • En dirección contraria, como vemos
  • Volver los ríos ruedas y arcaduces.
  • También podría ser que el firmamento,
  • Estando inmóvil, sus lucientes astros
  • Describiesen un círculo; bien sea
  • Que la materia etérea recogida
  • Dentro del Cielo y sin cesar rodando
  • En derredor para encontrar salida,
  • Haga que se revuelvan por el Cielo
  • Los astros; o que en círculo los mueva
  • El aire externo; o bien que puedan ellos
  • Irse arrastrando a donde su alimento
  • Los llama y los convida recogiendo
  • En su carrera la materia ardiente
  • Que anda por todo el cielo derramada:
  • Porque es difícil explicar el cómo
  • En nuestro mundo pasan estas cosas:
  • Con exponer tan sólo me contento
  • Todos los medios que naturaleza
  • Puede emplear y en realidad emplea
  • En el gran todo, en estos mundos varios
  • Que de distinto modo ha fabricado:
  • Y prosigo explicando ya las causas
  • Todas posibles de los movimientos
  • De los astros, entre las que una sola
  • Necesariamente obra en nuestro mundo,
  • La cual no puede señalar quien sigue
  • Paso tras paso la naturaleza.
  • Y para que la Tierra quede inmóvil
  • En el centro del mundo, lentamente
  • Es preciso que pierda de su peso,
  • Y que se desvanezca; que sus partes
  • Más inferiores hayan contraído
  • Nueva naturaleza por haberse
  • Unido íntimamente con el aire,
  • Sobre el que están sentadas, y a quien ellas
  • Desde el principio fueron agregadas:
  • Y así la Tierra no es de peso al aire,
  • Ni en él se engulle: al modo que cada hombre
  • No siente el peso de sus propios miembros,
  • Ni pesa sobre el cuello la cabeza,
  • Ni sentimos del cuerpo todo el peso
  • Sobre los pies: al paso que fatiga
  • Cualquier peso, aunque leve, en nuestros hombros.
  • Es fuerza el observar atentamente
  • Con qué cuerpo otro cuerpo se incorpora:
  • Así la Tierra no es un peso extraño
  • De pronto a extraño fluido agregado,
  • Sino que concebida con el aire
  • A un mismo tiempo fue desde el primero
  • En que el mundo nació, del que parece
  • Una parte distinta, a la manera
  • Que hacen parte del cuerpo nuestros miembros.
  • El estremecimiento que ocasionan
  • Los truenos violentos en la Tierra
  • De tal modo la agitan, que al instante
  • Se comunica por los cuerpos todos:
  • Lo cual no sucediera si cogida
  • No la tuvieran las aéreas partes
  • Del mundo todo y la materia etérea;
  • Porque se enlazan estas tres substancias
  • Con raíces comunes muy unidas
  • Entre sí mismas desde aquel instante
  • En que fueron formadas. ¿No reparas
  • Cómo sostiene el alma el peso enorme
  • De nuestro cuerpo, aunque es tan delicada,
  • Porque se une con él íntimamente?
  • ¿Quién puede, en fin, con un ligero salto
  • El cuerpo levantar, si no es el alma,
  • Que gobierna y dirige nuestros miembros?
  • Ya ves puede adquirir muy grande fuerza
  • La substancia ligera cuando se une
  • Con substancia pesada como el aire
  • Con la Tierra y el alma con el cuerpo.
  • Ni mayor ni menor de lo que vemos
  • Puede el disco del Sol ser al sentido;
  • Si un cuerpo con su luz puede alumbrarnos
  • Y calentar los miembros con su llama
  • Por distante que esté, nada nos roba
  • De su grandeza esta distancia misma,
  • Ni su aparente dimensión estrecha;
  • Como el calor del Sol y su luz hieren
  • Nuestros sentidos, cuando se derrama,
  • Y bañando con ella los objetos,
  • De aquí es que debe ser tal la apariencia
  • De su forma y figura, que no puedes
  • Suponerlas más grandes o más chicas.
  • Y la Luna, bien sea nos refleje
  • Una prestada luz, o bien la saque
  • Del mismo cuerpo, sea lo que fuere,
  • El Cielo no recorre con volumen
  • Mayor que el que aparece a nuestros ojos;
  • Porque desde muy lejos los objetos
  • Por entre aire densísimo mirados
  • Un aspecto confuso nos presentan
  • Más bien que sus finísimos contornos:
  • Así pues, ofreciéndonos la Luna
  • Clara apariencia y una forma cierta,
  • Y aun de su superficie los extremos,
  • Es preciso que sea allá en los Cielos
  • Lo mismo que aparece aquí en la tierra.
  • Si los fuegos, por último, que vemos
  • A cualquiera distancia que estén puestos,
  • No aparentan tener mudanza alguna
  • En su grandor, mientras que distinguimos
  • Su luz y su temblor, deduciremos
  • No poder ser mayores ni menores
  • De lo que vemos los etéreos fuegos.
  • Tampoco es de admirar cómo el Sol puede
  • Con su circunferencia tan estrecha
  • Bañar de luz el mar, la tierra, el cielo,
  • Y extender su calor por todas partes:
  • Tal vez puede que no haya en todo el mundo
  • Más que esta fuente y manantial copioso
  • Por do salga la luz del mundo entero;
  • O que sea tal vez único foco
  • Donde los elementos de los fuegos
  • De todas partes puedan congregarse
  • Para correr por todo el Universo.
  • ¿No ves también cómo una fuentecilla
  • Riega los prados y rebosa el campo?
  • Suceder también puede que los fuegos
  • Del Sol, aunque no muchos, arder hagan
  • El aire a ellos vecino, suponiendo
  • Que al más mínimo ardor es inflamable
  • El aire, como vemos a las veces
  • Las mieses y la paja consumidas
  • Por una sola chispa; al Sol acaso,
  • A esta rosada lámpara, rodean
  • Innumerables fuegos invisibles
  • Privados de fulgor, para que aumenten
  • El calor y la fuerza de sus rayos.
  • Y cómo el Sol se pasa desde Cáncer,
  • De esta región ardiente, al signo helado
  • De Capricornio, para dar la vuelta
  • De nuevo hacia el solsticio del Estío;
  • Y cómo es que la Luna en un mes anda
  • El espacio que el Sol corre en un año;
  • Estos problemas digo se resuelven
  • De muchos modos, y es dificultoso
  • El asignar la causa verdadera.
  • Parece verisímil la que pone
  • Demócrito, hombre sabio y respetable;
  • Pues cuanto más vecinos a la Tierra
  • Están los astros, tanto menos puede
  • A su entender el torbellino etéreo
  • Conmoverlos; porque la ligereza
  • Y acción del firmamento poco a poco,
  • Se va debilitando hacía el extremo
  • Inferior: que el Sol, mucho más bajo
  • Que las constelaciones abrasantes,
  • Debe quedarse atrás muy lentamente
  • Con los signos más bajos: que la Luna,
  • Cuanto del Cielo está más apartada
  • Y cuanto más vecina de la Tierra,
  • Debe experimentar mayor trabajo
  • En seguir la carrera de los astros:
  • Que cuanto el torbellino que la lleva
  • Es más pesado que el del Sol, los signos
  • La deben alcanzar más fácilmente
  • Y adelantarla; por lo cual la Luna
  • Parece que a los signos del Zodiaco
  • Con mucha más presteza torna a unirse,
  • Siendo en la realidad los que se acercan
  • Aquellos signos otra vez a ella.
  • Puede también que de la parte opuesta
  • Del Mundo aire periódico se agite
  • Que alternativamente empujar pueda
  • El Sol desde los signos del Estío
  • Del Septentrión hasta las frías playas,
  • Y volverle a traer desde estos climas
  • Tenebrosos y helados a la ardiente
  • Mansión de Cáncer, y se explicaría
  • Entonces con el aire alternativo
  • El giro de la Luna y las estrellas,
  • Que tardan un gran número de años
  • En describir sus círculos inmensos.
  • ¿No ves también cómo las nubes mismas,
  • Impelidas por vientos encontrados,
  • Siguen unas abajo, otras arriba,
  • Direcciones opuestas? ¿Transportados
  • No podrán ser por aires diferentes
  • Los astros en los cielos dilatados?
  • Cubre la noche con tiniebla espesa
  • La Tierra, o porque el Sol, en fin, llegando
  • Al último confín del firmamento
  • Y fatigado de su largo curso
  • Deja expirar sus fuegos entibiados
  • Por el largo camino y aire inmenso
  • Que han penetrado; o porque la acción misma
  • Que transporta su disco por encima
  • Le hace rodar debajo de la Tierra.
  • También en tiempo fijo Lenestea
  • Pasea por en medio de los aires
  • A la rosada Aurora, para que abra
  • Las puertas de la luz: porque el Sol mismo,
  • Que debajo de Tierra se ocultaba,
  • De vuelta, adelantándole sus rayos,
  • Procura iluminar el firmamento:
  • O bien porque un gran número de fuegos
  • Y corpúsculos ígneos se congregan
  • A tiempo fijo y horas señaladas,
  • Y hacen un nuevo Sol todos los días.
  • Así cuenta la Fama que se observa
  • Desde las cumbres elevadas de Ida
  • Recogerse al momento que abre el día
  • Fuegos dispersos bajo la figura
  • De un globo luminoso que anda el Cielo.
  • Tampoco debe ser maravilloso
  • Que se junten así los elementos
  • De fuego en cierto tiempo, y que reparen
  • El resplandor del Sol, puesto que vemos
  • Infinitos fenómenos sujetos
  • En todo el universo a tiempo fijo.
  • Los árboles florecen, y a su tiempo
  • De la flor se despojan; y al anciano
  • A cierto tiempo se le caen los dientes;
  • Se llena el joven de un suave vello,
  • Y tierna barba arrojan sus mejillas:
  • A ley eterna e inviolable yace
  • La serie de fenómenos sujeta;
  • Porque de cada causa la energía
  • Habiendo sido así determinada,
  • Y una vez dada la impulsión primera
  • Desde su formación al Universo,
  • Los rayos, nieve, lluvias y nublados
  • De la varia estación el curso siguen.
  • Y vemos además crecer los días
  • Y descrecer las noches, y al contrario;
  • O porque el Sol, quedando siempre el mismo
  • Y describiendo desiguales arcos
  • Sobre nuestras cabezas y debajo
  • De nuestros pies, el Cielo corta y parte
  • Su orbe en dos porciones desiguales,
  • Pero con tal compensación, que vuelve
  • Al hemisferio que le está más próximo
  • La porción de la luz que él ha quitado
  • Del hemisferio opuesto, hasta que llega
  • A este signo del Cielo que hace iguales
  • Las noches y los días, cuando corta
  • El Ecuador y Eclíptica en un punto,
  • Pues la parte del Cielo que describe
  • Se halla del Aquilón y Mediodía
  • A igual distancia por la positura
  • Oblicua del Zodiaco, en que describe
  • Su anual carrera el Sol y desde donde
  • Lanza sus fuegos hacia Cielo y Tierra:
  • Así lo enseñan estos hombres sabios,
  • Que todas las regiones representan
  • Fielmente de los Cielos en sus mapas
  • De imágenes sensibles adornados.
  • Mucho más craso el aire en ciertas partes
  • Tal vez para debajo de la Tierra
  • También del Sol los fuegos tembladores,
  • Que no pueden pasar tan fácilmente
  • Este fluido inmenso y remontarse
  • Hacia el Oriente, por lo cual se espera
  • Mientras las noches largas del invierno
  • A que vuelva la tarda luz del día:
  • En fin, quizá los fuegos reunidos
  • Que hacen salir el Sol en puntos fijos
  • Del horizonte alternativamente
  • Con más o menos prontitud se juntan
  • Según las estaciones alternadas.
  • Puede tomar del Sol su luz la Luna,
  • Y puede más y más de día en día
  • Una faz luminosa presentarnos
  • Cuanto del solar disco se apartare
  • Hasta que puesta enfrente dél reluce
  • Con luz bien llena, y desde el alto sitio
  • Do se levanta ve que el Sol se pone:
  • Debe esconder después en cierto modo
  • Detrás de sí su luz muy poco a poco,
  • A medida que el Sol se va acercando,
  • La otra mitad de círculo en los signos
  • Corriendo; así lo explican los que fingen
  • Ser la Luna a una bola semejante
  • Que siempre por debajo del Sol rueda:
  • Su explicación parece verisímil.
  • Aun dándola luz propia se podían
  • Sus varias fases concebir: bastaba
  • Suponer otro cuerpo para esto
  • Que tenga un movimiento paralelo
  • Al que tiene en su órbita la Luna,
  • Y que a su disco sin cesar se oponga
  • Bajo todos aspectos y figuras,
  • Mas que invisible fuese el mismo cuerpo
  • Desprovisto de luz: puede la Luna
  • Rodar sobre sí misma a la manera
  • De gran pelota, cuya mitad fuera
  • Con luz teñida, y sus distintas fases
  • Con esta rotación central pudiese
  • Ir descubriendo hasta que aquella parte
  • Nos vuelve iluminada enteramente;
  • Después nos va por grados ocultando
  • Su parte luminosa, que de nuevo
  • Detrás de sí se lleva: así pretende
  • La doctrina caldea establecerlo
  • En ruinas de griega astrología:
  • Como si verisímiles no fueran
  • Las dos explicaciones igualmente;
  • O como sin razón alguna hubiese
  • Que forzase a seguir una más que otra.
  • ¿Por qué, en fin, no podrá Naturaleza
  • Producir una Luna cada día
  • Con una serie regular de formas
  • Y aspectos diferentes, destruyendo
  • La de ayer reparándola con otra?
  • La imposibilidad de lo que digo
  • No es fácil demostrar, principalmente
  • Cuando ves producciones semejantes
  • Cada día surgir en tiempo fijo.
  • Viene la primavera, y Amor viene;
  • Viene junto con el Céfiro alado,
  • Precursor del Amor, mientras que Flora
  • Su madre llega derramando flores
  • Y olorosos perfumes de antemano
  • Por donde pasa: en comitiva vienen
  • Seco calor y polvorienta Ceres
  • Y los vientos etesios Aquilones.
  • El otoño en seguida se presenta:
  • Viene en su compañía el dios de viñas,
  • Y detrás las tormentas y borrascas,
  • Vulturno atronador, y el Austro, fuerte
  • En rayos; y, por último, entorpecen
  • Las nieves y los hielos y los fríos
  • A la Naturaleza, y tras sí arrastran
  • El frío invierno, el aterido viejo
  • Que da diente con diente. No es milagro
  • El que sea formada y destruida
  • La Luna en tiempo fijo, cuando vemos
  • Que pueden infinitas producciones
  • Aparecer en tiempo señalado.
  • Los eclipses del Sol y de la Luna
  • Pueden de muchos modos explicarse:
  • Si a la Tierra robar puede la Luna
  • La luz del Sol, y su brillante frente
  • Ocultar a la Tierra, interponiendo
  • Su masa opaca a los ardientes rayos,
  • ¿Por qué otro cuerpo puesto en movimiento
  • Y privado de luz perpetuamente
  • No puede producir el mismo efecto
  • En tiempo igual? ¿Y no puede el Sol mismo
  • Eclipsarse y perder en cierta hora
  • También su brillo, que recobra al punto
  • Que atravesó por medio de los aires
  • Regiones enemigas de sus llamas
  • Y le precisan a extinguir sus fuegos?
  • Si puede despojar también la Tierra
  • De su luz a la Luna, y prisioneros
  • Tener todos los rayos, colocada
  • Sobre el Sol ella misma ínterin pasa
  • El astro de los meses por la sombra
  • De nuestro Globo cónica y espesa,
  • ¿Otro cuerpo no puede al mismo tiempo
  • Rodar bajo del globo de la Luna,
  • Y resbalarse sobre el mismo disco
  • Del Sol, cerrando, así interpuesto, el paso
  • A sus rayos y luz? Y si la Luna
  • Con brillo propio luce, ¿no puede ella
  • Lentamente eclipsarse en cierta parte
  • Del Mundo, atravesando por parajes
  • Capaces de apagar sus mismos fuegos?
  • Ya que expliqué, por fin, cómo ha podido
  • Formarse cualquier cuerpo de este Mundo
  • En el recinto azul del firmamento,
  • Y cómo conociéramos nosotros
  • De Sol y Luna las revoluciones
  • Diversas, y la causa y energía
  • Que dan a estos dos astros movimiento
  • Y de qué modo suelen eclipsarse;
  • Cómo se cierran estos grandes ojos
  • De la naturaleza y alternando
  • Se abren de nuevo, y de repente esparcen
  • Sobre la Tierra inesperada noche,
  • Y toda la hermosean con luz clara;
  • A la infancia del Mundo vuelvo ahora,
  • Y a los nacientes campos de la tierra,
  • A examinar las nuevas producciones
  • Que aventuró exponer la vez primera
  • A los aires y vientos inconstantes.
  • La tierra engalanó primeramente
  • De diferentes hierbas y verduras
  • Los cerros, y los campos extendidos,
  • Y brillaron los prados con las flores
  • Así como si fueran esmaltados;
  • Los árboles después, llenos de savia,
  • A porfía crecieron por los aires:
  • Como las plumas, pelos y las cerdas
  • Es lo primero que en el cuerpo sale
  • De animales cuadrúpedos y de aves;
  • De este modo la tierra, entonces nueva,
  • Echó primero hierbas y arbolillos.
  • Las especies mortales creó luego
  • Variadas de modos muy distintos;
  • Porque es un imposible hayan caído
  • Del Cielo las especies de animales,
  • Y que los habitantes de la tierra
  • Hayan nacido de la mar salada.
  • La Tierra con razón adquirió el nombre
  • De madre, por haber sido criados
  • Todos los seres por la misma Tierra;
  • Y existiendo al presente muchos seres
  • En la Tierra formados con las lluvias
  • Y del calor del Sol, no es maravilla
  • Que naciesen entonces animales
  • En número mayor y más robustos,
  • Estando en su vigor el aire y Tierra.
  • Las varias aves por la vez primera
  • Salían de sus huevos, y el verano
  • En libertad a todas las ponía,
  • Como ahora las cigarras en estío
  • Se quitan los zurrones delicados,
  • Buscándose la vida y el sustento.
  • Por la primera vez la Tierra entonces
  • Crió la raza humana, porque entonces
  • El mucho fuego y aguas abundantes
  • De los campos hicieron que creciesen
  • En los parajes más acomodados
  • Especies de matrices, agarradas
  • Por medio de raíces a la tierra:
  • Cuando la edad y madurez abrieron
  • Una salida a nuevos embriones
  • Causados de humedad e impacientes
  • Por respirar el aire, dirigía
  • Hacia aquel lado la Naturaleza
  • Los poros de la tierra, y enviaba
  • Por estas venas jugo como leche;
  • Como al presente la mujer parida
  • Rebosa en dulce leche, dirigiendo
  • Ella todo su ímpetu a los pechos:
  • Y la tierra a los niños sustentaba,
  • Y vestido el calor, y blanda cama
  • Las hierbas y los céspedes les daban.
  • Pero en su infancia el Mundo no tenía
  • Los duros fríos, ni calores nimios,
  • Ni vientos destructores; porque crecen
  • Y van robusteciéndose estas plagas
  • Como todos los seres: lo repito;
  • Hemos llamado con razón la Tierra
  • Madre común, porque ha criado el hombre,
  • Y casi al mismo tiempo ha producido
  • Todos los animales cuya furia
  • Se desenfrena por los grandes montes,
  • Y produjo también distintas aves,
  • Que atraviesan los aires libremente.
  • Mas como debe un término preciso
  • Tener la facultad engendradora,
  • La Tierra se cansó, como la hembra
  • Consumida de años, porque el tiempo
  • Hace mude de faz el mundo entero,
  • Y un nuevo orden de cosas se sucede
  • Al primer orden necesariamente:
  • Ni siempre guarda un mismo ser su estado:
  • Todo a la ley del cambio está sujeto;
  • Todo lo muda la Naturaleza,
  • Todo lo altera, todo lo transforma:
  • Pues empobrece un cuerpo y se consume
  • A fuerza de años; otro crece y sale
  • A la verdad del cieno: de este modo
  • Todo lo muda el tiempo, y de continuo
  • Pasa la tierra de un estado a otro
  • Y pierde la energía que tenía
  • Por hacerse de nuevas propiedades,
  • Y la Tierra aún entonces se esforzaba
  • Por sacar animales de figura
  • Y de disposición extraordinaria:
  • Se vio el hermafrodita monstruoso,
  • Que teniendo la forma de ambos sexos,
  • Igualmente difiere de uno y otro;
  • Cuerpos sin pies, sin manos y sin boca
  • Y sin ojos salieron; también otros
  • Cuyos miembros lo largo que tenían
  • Al tronco íntimamente se pegaban;
  • Los cuales no podían manejarse,
  • Ni dar un paso, ni evitar un riesgo,
  • Ni buscarse el sustento necesario.
  • Viéronse además de éstos otros monstruos
  • Y otros prodigios, pero inútilmente,
  • Porque Naturaleza les quitara
  • El poder ir creciendo y avanzando
  • Hacia la edad florida; no pudieron
  • Encontrar su alimento, ni ayuntarse
  • Con los lazos de Venus: es preciso
  • Para que se propaguen las especies
  • El concurso de un número infinito
  • De circunstancias, y primeramente
  • Los alimentos son indispensables:
  • Es preciso que estén diseminadas
  • Las fecundas semillas por los miembros,
  • Y los conductos por do vengan éstas
  • Desde cualquiera parte de los miembros:
  • Por último, en los órganos externos
  • Tal proporción, que puedan macho y hembra
  • Ayuntarse entre sí con mutuos gozos.
  • Y entonces fue preciso perecieran
  • Muchas especies, y que no pudiesen
  • Reproducirse y propagar su vida;
  • Porque los animales existentes
  • Que ves ahora, sólo se conservan
  • O por la astucia, o fuerza, o ligereza
  • De que ellos al nacer fueron dotados,
  • Menos un cierto número que habemos
  • Puesto nosotros bajo nuestro amparo
  • Por las utilidades que acarrean.
  • La fuerza protegió a la raza fiera
  • De los leones y feroces bestias,
  • A las zorras el dolo y fuga a ciervos:
  • Empero el fiel y vigilante perro,
  • Y acémilas, y ovejas regaladas,
  • Y bueyes laboriosos son especies
  • Generalmente confiadas, Memmio,
  • A la guarda y tutela de los hombres:
  • Huían de las fieras alimañas
  • Y tras la paz se andaban, y querían
  • Los pastos con largueza y sin trabajo:
  • Se los damos nosotros como en premio
  • De los muchos servicios que nos hacen.
  • Empero aquellos otros animales
  • A quien no diera la Naturaleza
  • Lo necesario para que viviesen
  • Independientes, o que no traían
  • Alguna utilidad, ¿a qué meternos
  • En darles el sustento y ampararlos?
  • Encadenados con fatales lazos,
  • A otros servían de seguro pasto,
  • Hasta que destruyó Naturaleza
  • De todo punto sus especies todas.
  • Pero ni hubo centauros, ni ha podido
  • Formarse en algún tiempo una substancia
  • Con dos naturalezas y dos cuerpos,
  • De heterogéneos miembros un compuesto:
  • No podría existir una substancia
  • De fuerzas entre sí tan desiguales:
  • Aun el hombre más rudo lo conoce.
  • Primeramente, al cabo de tres años
  • En la flor de su edad está el caballo;
  • ¡No los niños así; buscan entonces
  • Entre sueños los pechos de sus amas.
  • Cuando después va la vejez gastando
  • Las fuerzas y vigor de los caballos,
  • Cuando escapa la vida fugitiva
  • De sus lánguidos miembros, entra entonces
  • La juventud, por fin, en los muchachos,
  • Robustece sus miembros, y les cubre
  • Con un ligero bozo las mejillas:
  • No creas tú, quizá, que los centauros
  • Pudieron engendrarse de semillas
  • De hombre o de caballo, o las Escilas
  • De los marinos perros rodeadas,
  • O los demás compuestos monstruosos
  • De incompatibles miembros, que no llegan
  • A la flor de la edad al mismo tiempo,
  • Ni en madurez ni en la vejez iguales,
  • Ni sus inclinaciones son las mismas,
  • Ni los abrasa Venus igualmente,
  • Ni comen unos mismos alimentos;
  • Viendo engordar las cabras con cicuta
  • Que es un mortal veneno para el hombre.
  • Como la llama abrase ciertamente
  • Y consuma no sólo el cuerpo rojo
  • De los leones, mas también la sangre
  • Y las entrañas de los animales
  • Que tienen existencia; ¿cómo pudo
  • Acontecer que esta Quimera misma
  • Con la cabeza de león, y el cuerpo
  • De cabra al propio tiempo, y con la cola
  • De dragón, viva llama resoplase
  • Del hondo de su pecho monstruoso?
  • Por lo que, defender como posibles
  • Estas y semejantes producciones
  • En la infancia del Cielo y de la Tierra
  • Sin más razón que esta palabra vaga
  • De novedad, esto es abrir la puerta
  • A todas las ficciones más absurdas.
  • Dígannos que los ríos de aquel tiempo
  • Corrieron oro puro por las tierras;
  • Que brotaban los árboles diamantes;
  • O que el hombre, nació de una estatura
  • Y de una fuerza tan extraordinarias,
  • Que podía pasar el mar de un tranco,
  • Y alrededor de sí volver el cielo
  • Con sólo el movimiento de sus manos:
  • Porque el haber la tierra en si encerrado
  • Semillas infinitas y diversas
  • Cuando sacó a la luz los animales,
  • Ninguna prueba es de que pudiese
  • Criar unas especies tan opuestas,
  • Y en un mismo individuo reunirse
  • Los miembros de animales diferentes,
  • Cuando las hierbas, árboles y frutos
  • Que aún hoy día produce en abundancia
  • Jamás pueden nacer entre sí unidos.
  • Cada ser tiene su progreso propio,
  • Y conforme a las leyes inmutables
  • De la Naturaleza entre sí guardan
  • Todas las diferencias de su especie.
  • Y los hombres que dio la tierra entonces
  • Eran más vigorosos que al presente:
  • Y así debía ser, porque la Tierra,
  • De quien ellos nacieron, por entonces
  • Estaba en su vigor y lozanía:
  • Era más basta la armazón de huesos
  • Y de más solidez, y era el tejido
  • De sus nervios y vísceras más fuerte;
  • Ni el frío ni el calor les molestaba,
  • Ni les dañaban los sustentos nuevos,
  • Ni las enfermedades empecían;
  • Vivían un gran número de lustros,
  • Errantes a manera de alimañas;
  • Ninguno manejaba el corvo arado,
  • Ni sabía domar con hierro el campo,
  • Ni meter en la tierra los renuevos,
  • Ni con hoces cortar los viejos ramos
  • De árboles grandes; lo que el sol y lluvias
  • Les alargaban, y lo que la tierra
  • Producía de suyo, les bastaba:
  • Estos dones sus pechos aplacaban:
  • En medio de glandíferas encinas
  • Mantenían sus cuerpos con bellota,
  • Y llevaba la tierra en aquel tiempo
  • Muchos y más crecidos los madroños
  • Que ahora al madurar en el invierno
  • Ves que como la púrpura coloran.
  • Y la florida novedad del mundo
  • Llevó entonces sabrosos alimentos
  • Para hartar a los hombres infelices.
  • Más; los ríos y fuentes convidaban
  • A apagar nuestra sed, como al presente
  • Los torrentes que caen de montes altos
  • Convidan a las fieras con su ruido
  • Que vengan a saciarse en sus raudales.
  • Por fin; de noche en los sagrados bosques
  • De las ninfas venían a esconderse,
  • En estas soledades, do nacían
  • Perennes manantiales de aguas vivas
  • Que, después de correr entre las guijas,
  • Caían lentamente sobre el musgo
  • Verde de los peñascos, para luego
  • O saltar en los campos o inundarlos.
  • El uso no sabían aún del fuego,
  • Ni el de las pieles, ni cubrirse el cuerpo
  • Con despojos de fieras; antes se iban
  • A los bosques y cóncavas montañas
  • Y a las selvas, metiendo entre hojarasca
  • Sus miembros asquerosos, precisados
  • A guarecerse allí contra las lluvias
  • Y furor de los vientos: no podían
  • Por el público bien interesarse;
  • Ni leyes ni morales relaciones
  • Entre si establecer ellos sabían;
  • Y la primera presa que ofrecía
  • La suerte cada cual se la llevaba:
  • Sólo les enseñó Naturaleza
  • A vivir para sí y a conservarse.
  • Y Venus ayuntaba los amantes
  • En medio de las selvas: sus placeres
  • Entre sí mutuamente compensaban;
  • Ora arrancados fuesen por violencia
  • De brutal apetito, o los gozasen
  • A trueque de algún don, como bellotas,
  • O madroños, o peras escogidas.
  • Y confiados en sus fuertes manos
  • Y en sus ligeros pies, hacían guerra
  • A las fieras silvestres, arrojando
  • De lejos piedras, y de cerca dando
  • Con la pesada maza, y las vencían
  • Y huyendo a sus guaridas las burlaban;
  • Y cuando las tinieblas de la noche
  • Los sorprendían, sus desnudos miembros
  • En la tierra tendían a manera
  • De jabalí cerdoso, y se envolvían
  • Entre hojarasca y broza. No buscaban
  • En medio de las sombras de la noche,
  • Sobrecogidos de temor con gritos
  • La luz del Sol, errantes por los campos;
  • Antes bien esperaban silenciosos
  • Y en sueño sepultados que subiendo
  • El Sol al horizonte, iluminase
  • Con su rosada luz de nuevo el cielo;
  • Porque desde la infancia acostumbrados
  • A ver siempre alternando noche y día,
  • No se maravillaban ya sus ojos:
  • No llegaron jamás a recelarse
  • Que a la Tierra cubriese eterna noche,
  • La luz del Sol robada para siempre.
  • Empero mucho más les inquietaban
  • Las fieras que turbaban su reposo,
  • Funesto para aquellos infelices,
  • Y haciéndolos salir de su vivienda,
  • Huían a las cuevas, si llegaba
  • Enorme jabalí o león furioso;
  • Y, pavoridos, a la media noche
  • Cedían a estos huéspedes crueles
  • Sus camas con follaje aderezadas.
  • Ni entonces más que ahora los mortales
  • Dejaban la sabrosa luz de vida:
  • Muchos de ellos es cierto que cogidos
  • Y desgarrados con feroces dientes
  • Un pasto vivo daban a las fieras,
  • Y los bosques y montes y las selvas
  • Llenaban de gemidos espantosos,
  • Viendo que sus entrañas palpitantes
  • En un sepulcro vivo se enterraban.
  • Pero aquellos que huyendo se salvaron,
  • Lleno de mordeduras todo el cuerpo,
  • Y sus trémulas manos aplicando
  • En las malignas úlceras, llamaban
  • Al infierno con voces formidables,
  • Hasta que de la vida los privaban
  • Los gusanos crueles sin amparo,
  • Sin saber qué aplicar a sus heridas:
  • Sin embargo, no daba un solo día
  • A la muerte millares de guerreros
  • Que seguían banderas diferentes,
  • Ni estrellaban los mares borrascosos
  • Los hombres y navíos en escollos:
  • El mar se enfurecía vanamente;
  • Sus bramidos en vano suspendía;
  • Ni la engañosa calma de sus ondas
  • Era capaz de seducir a alguno
  • Con falsa risa: se ignoraba entonces
  • De la navegación el arte fiero.
  • La falta de alimento daba entonces
  • Muerte a los flacos miembros; la abundancia
  • Es la que mata hoy día: entonces ellos
  • Eran por ignorancia envenenados;
  • A otros con mas arte ahora envenenan.
  • Cuando por fin, supieron hacer chozas,
  • Y de pieles y fuego hicieron uso,
  • Y cuando la mujer y el hombre aparte
  • Se fueron a vivir en compañía,
  • Y cuando los placeres amorosos
  • Se limitaron sólo a las dulzuras
  • Del casto matrimonio, y cuando vieron
  • Los padres a sus hijos porción suya,
  • Entonces empezó la especie humana
  • A suavizarse por la vez primera:
  • El fuego hizo los cuerpos mas sensibles
  • Al frío, de manera que ya el cielo
  • Abrigo suficiente no prestaba
  • Debajo de su bóveda; y las fuerzas
  • Disminuyó la Venus excesiva,
  • Y las tiernas caricias de los hijos
  • Blando y suave hicieron su trabajo
  • El natural altivo de los padres.
  • Entonces los que estaban más vecinos
  • Entre sí establecieron relaciones,
  • Se abstuvieron de daño y de violencia,
  • Protegían sus hijos y mujeres.
  • Y en sus gestos y voces balbucientes
  • Indicaban ser muestra de justicia
  • De la imbecilidad compadecerse.
  • Mas no podía dominar en todos
  • Esta concordia, bien que exactamente
  • Guardaban estos pactos los más buenos,
  • Que eran en mayor número: sin esto
  • La raza humana fuera destruida
  • Enteramente ya desde aquel tiempo;
  • No se hubiera hasta ahora propagado.
  • Enseñó al hombre la Naturaleza
  • Las varias inflexiones de la lengua,
  • Y la necesidad nombró las cosas.
  • Así como los niños en la infancia,
  • Por no poder darse a entender, acuden
  • A los gestos y muestran con el dedo
  • Los objetos presentes, cada uno
  • Siente en sí mismo aquellas facultades
  • Que puede usar. Airado y enemigo
  • El toro topa y hiere con las astas
  • Antes de que le apunten en su frente;
  • De pantera y leona los cachorros
  • Con garras y con pies y con bocados
  • Se defienden aun antes de salirles;
  • En sus nacientes alas confiados
  • Los hijos de las aves, por los aires
  • Se ayudan con su vuelo vacilante
  • Por lo tanto, creer que un hombre entonces
  • A las cosas dio nombre; que los otros
  • Dél aprendieron los vocablos nuevos,
  • Es mucha necedad: ¿cómo ha podido
  • Llamar a cada cosa por su nombre,
  • Y los varios sonidos del lenguaje
  • Él solo producir, al tiempo que otros
  • No pudieron hacer la misma cosa?
  • Porque, además, si no habían usado
  • Los demás entre sí de las palabras,
  • ¿Cómo es que conocían sus ventajas?
  • Y ¿de qué modo el inventor se ha dado
  • A entender a los otros, y ha podido
  • Hacer que ellos abracen su proyecto?
  • Reducir no podía un hombre solo
  • tanta multitud, y precisarla
  • A que tan varios nombres aprendiese.
  • No podía enseñarlos: imposible
  • Era que hubiesen ellos aguantado
  • Les majase más tiempo las orejas
  • Con aquel ruido vano de sonidos.
  • ¿Será, por fin, acaso maravilla
  • Que teniendo los hombres voz y lengua,
  • Diesen distintos nombres a las cosas
  • Según les afectasen, cuando oímos
  • La variedad de voces y sonidos
  • Que hacen los animales y las fieras
  • Conforme se suceden en sus almas
  • El miedo o el dolor o el regocijo?
  • Pues esto lo declara la experiencia.
  • Cuando de los molosos la gran perra,
  • En el primer acceso de su furia,
  • Debajo de sus labios apartados
  • Y móviles enseña dos carreras
  • De formidables dientes, el sonido
  • Amenazante de su voz difiere
  • De aquél que se oye cuando sus ladridos
  • Hacen retumbo en todos los contornos:
  • Más cuando con su lengua blandamente
  • Lame los tiernos miembros de sus hijos
  • Y con sus pies aquí y allí los echa,
  • Y cuando los provoca con mordiscos
  • Pillándolos sus dientes con blandura,
  • Esto difiere mucho del murmullo
  • De su voz maternal cuando lamenta
  • Su soledad aullando tristemente
  • O cuando con acentos doloridos
  • Huye, arrastrando el cuerpo, del castigo.
  • En fin; ¿no hay diferencia en el relincho
  • Del florido caballo entre las yeguas
  • Cuando viene furioso, traspasado
  • Por el alado amor, a los que arroja
  • Por sus anchas narices en la guerra
  • Cuando agita sus miembros otra causa?
  • Y las especies varias de las aves,
  • Los gavilanes y quebrantahuesos,
  • Los somurgujos que en saladas ondas
  • Se buscan el sustento, diferencian
  • Según las circunstancias sus clamores,
  • Principalmente cuando se disputan
  • La subsistencia y luchan por la presa.
  • Y su ronco cantar mudan las otras
  • Según las estaciones, como lo hacen
  • Cornejas vividoras, y las bandas
  • De cuervos cuando anuncian, según dicen,
  • Y llaman vientos, lluvias y tormentas.
  • Pues si las diferentes sensaciones
  • Al animal obligan, siendo mudo
  • A proferir sonidos diferentes,
  • ¿Cuánto más natural es que haya el hombre
  • Podido designar diversas cosas
  • Entonces con sonidos peculiares?
  • Mas para prevenirte una pregunta
  • Que quizá en tu interior me estás haciendo,
  • El rayo fue el primero que a los hombres
  • Trajo el fuego a la tierra: de allí nacen
  • Todas las llamas que ora disfrutamos.
  • ¿No vemos muchos cuerpos abrasados
  • Con llamas celestiales cuando lanza
  • Su fuego en tierra el aire borrascoso?
  • Fuera de que se incendia árbol frondoso
  • Cuando, siendo agitado por los vientos,
  • Se frota con las ramas de otro árbol.
  • Y así como se va aumentando el frote
  • Arroja chispas y hace algunas veces
  • Brillar fuegos ardientes en las ramas
  • En medio de su mutua rozadura:
  • De una de aquestas causas nace el fuego.
  • Mas viendo que los rayos del Sol daban
  • Sazón y madurez a cualquier fruto,
  • Trataron ellos con la acción del fuego
  • De cocer y ablandar los alimentos;
  • Y aquéllos que tenían más ingenio,
  • Y mucho más su espíritu alcanzaba,
  • Iban de día en día introduciendo
  • En el sustento y vida primitiva
  • Otras mudanzas nuevas con el fuego.
  • A levantar ciudades empezaron
  • Y a construir alcázares los reyes,
  • Do pudiesen tener seguro asilo:
  • Repartieron las tierras y ganados
  • Conforme a la belleza y al ingenio
  • Y la fuerza y valor de cada hombre,
  • Porque eran estas prendas naturales
  • Las que más a los hombres distinguían;
  • Por fin, se introdujeron las riquezas,
  • Y descubriose el oro, que al momento
  • Envileció la fuerza y hermosura:
  • Por lo común hermosos y valientes
  • Hacen crecer la corte del más rico.
  • Si la sola razón nos gobernase,
  • La suprema riqueza consistiera
  • En ser el hombre igual y moderado;
  • Cuando hay pocos deseos, todo sobra:
  • Mas los hombres quisieron ser ilustres
  • Y poderosos, para de este modo
  • Hacerse eternamente afortunados
  • Y tranquilos vivir en la opulencia.
  • ¡Esfuerzos vanos! pues la muchedumbre
  • De los hombres que van tras la grandeza
  • Llenó todo el camino de peligros;
  • Si llegan a encumbrarse, los derroca
  • De ordinario la envidia, como un rayo,
  • En los horrores de una muerte infame.
  • Debe, por tanto, el ánimo prudente
  • Anteponer la quieta servidumbre
  • A la ambición del trono soberano.
  • Deja a estos miserables se consuman,
  • Y se amancillen con sudor y sangre,
  • Y forcejeen en la senda estrecha
  • De la ambición sin fruto; pues no advierten
  • Que la envidia recoge, como el rayo,
  • Sus fuegos en los sitios más alzados:
  • Su saber sólo estriba en dicho ajeno,
  • Y apetecen las cosas más de oídas
  • Que consultando a sus sentidos mismos:
  • Al presente es el hombre como ha sido
  • Y como será siempre en cualquier tiempo.
  • Así, cuando a los reyes dieron muerte,
  • La majestad antigua de los tronos
  • Y los soberbios cetros derribados
  • Yacían con infamia; y de sus sienes
  • La brillante diadema ensangrentada,
  • Pisoteada por los pies del pueblo,
  • Se lamentaba de su inmensa gloria:
  • Pues codiciosamente se aniquila
  • Lo que antes se adoró con miedo acerbo.
  • La autoridad suprema se volvía
  • Al pueblo entonces y a la muchedumbre:
  • Y cada cual el cetro demandaba,
  • El sumo imperio y la soberanía.
  • Eligieron de entre ellos magistrados,
  • Que obedecieron voluntariamente:
  • Porque el género humano, fatigado
  • De vivir en la dura servidumbre,
  • Y con enemistades extenuado,
  • Más de su grado recibió las leyes
  • Y los justos derechos: pero como
  • El enojo llevase la venganza
  • Mucho más lejos de lo que las leyes
  • Permiten al presente, se cansaron
  • De la anarquía y las venganzas fieras.
  • De aquí nació el temor de los castigos,
  • Que envenena los gustos de la vida:
  • El hombre mismo violento, injusto,
  • Queda en sus propios lazos enredado:
  • La iniquidad se vuelve casi siempre
  • Contra su mismo autor: gozar no puede
  • De una vida pacífica y tranquila
  • El que viola los sociales pactos.
  • Aun cuando sus acciones estuviesen
  • A los hombres y dioses encubiertas,
  • Debe estar en continuo sobresalto
  • De que se haga patente su delito;
  • Pues refieren que muchos en el sueño
  • O delirando en las enfermedades
  • Se descubrieron infinitas veces,
  • Y revelaron crímenes que habían
  • Tenido mucho tiempo reservados.
  • No es difícil el dar razón ahora
  • De lo que motivó entre las naciones
  • A creer la existencia de los dioses,
  • Y las ciudades inundó de altares
  • Y estableció los ritos religiosos,
  • Estas pompas augustas que en el día
  • Se hacen en las empresas importantes
  • Por todas las naciones de la Tierra:
  • Y cuál sea la causa y el origen
  • De este horror infundido a los mortales
  • Que erige en todo el orbe de la tierra
  • A las divinidades nuevos templos
  • Y con días festivos las obsequia.
  • Es que ya desde entonces los mortales,
  • Aunque despierto el ánimo, veían
  • Los simulacros sobrenaturales,
  • Que la ilusión del sueño exageraba
  • A su imaginación: así, creyendo
  • Que movían sus miembros y que hablaban
  • Con imperiosa voz, proporcionada
  • A su gran porte y fuerzas desmedidas,
  • Por vivos y sensibles los tuvieron.
  • También los suponían inmortales;
  • Pues siendo su hermosura inalterable,
  • Con la misma belleza se ofrecían
  • A ellos los fantasmas celestiales;
  • Y porque siempre con tan grandes fuerzas
  • Creían imposible que triunfase
  • De ellos acción alguna destructora:
  • También por muy dichosos los tenían,
  • Pues no les inspiraba sobresalto
  • El temor de la muerte; y porque en sueños
  • Los veían hacer muchos prodigios
  • Sin quedarse por ellos fatigados.
  • La morada y palacio de los dioses
  • Pusieron en los cielos, porque es donde
  • Parece que voltean Sol y Luna;
  • De allí viene la noche, de allí el día,
  • Y los astros errantes allí brillan
  • Y los volantes fuegos por la noche;
  • Los nublados, rocíos, lluvias, nieve,
  • Vientos, rayos, granizo y raudos truenos,
  • Y los murmullos largos de amenazas.
  • ¡Oh raza de los hombres sin ventura!
  • ¡Cuando a los dioses concedió existencia
  • Y los armó de cólera inflexible,
  • Cuántos gemidos asimismo entonces,
  • Qué heridas a nosotros, y qué llantos
  • A nuestra descendencia ocasionaron!
  • No es piedad el dar vueltas a menudo,
  • Tapada la cabeza ante una piedra,
  • Ni el visitar los templos con frecuencia,
  • Ni el andar en humildes postraciones,
  • Ni el levantar las manos a los dioses,
  • Ni el inundar sus aras con la sangre
  • De animales, ni el cúmulo de votos:
  • Que la piedad consiste en que miremos
  • Todas las cosas con tranquilos ojos;
  • Porque cuando hacia arriba los alzamos
  • A contemplar las bóvedas inmensas
  • Y todo el estrellado firmamento;
  • Cuando reflexionamos la carrera
  • Del Sol y de la Luna, se despierta
  • Entonces en el pecho de repente
  • Una inquietud, que al parecer habían
  • Los otros males de la vida ahogado,
  • Y el hombre se pregunta si por dicha
  • Hay alguna deidad omnipotente
  • Que estos resplandecientes globos mueve;
  • Pues la misma ignorancia de las causas
  • Hace que ande el espíritu dudoso:
  • Se indaga qué principio tuvo el mundo,
  • Y cuál será su fin y hasta qué tiempo
  • Él podrá resistir este trabajo
  • De estar en un continuo movimiento;
  • O si, inmortalizado por los dioses,
  • Podrá desafiar por muchos siglos
  • De eterna duración las grandes fuerzas.
  • ¿Qué espíritu, además, no apoca el miedo
  • De los dioses? ¿A qué hombre no se hielan
  • Los miembros de pavor cuando la tierra
  • Abrasada retiembla con el golpe
  • Horrible de los rayos, y recorren
  • Todo el cielo murmullos espantosos?
  • ¿No se estremecen pueblos y naciones?
  • Sobrecogidos los soberbios reyes,
  • ¿No abrazan las estatuas de los dioses
  • Temblando aquel instante formidable
  • De expiar sus acciones criminales
  • Y todos sus tiránicos mandatos?
  • ¿Y cuando barren los furiosos vientos
  • Al jefe de la escuadra por los mares
  • Con sus bravas legiones y elefantes,
  • Pávido no hace votos a los dioses
  • Para obtener a fuerza da plegarias
  • Tranquilidad y vientos favorables?
  • En vano todo; porque arrebatado
  • Por algún violento remolino,
  • En los escollos va a encontrar la muerte:
  • Ciertamente parece que se burla
  • De los humanos acaecimientos
  • Una fuerza secreta, y se complace
  • En pisar con ludibrio las segures
  • Y los fasces hermosos. Por fin, cuando
  • Debajo de los pies vacila el orbe,
  • Cuando caen las ciudades desplomadas,
  • Y están amenazando otras ruina,
  • ¿Por ventura, es extraño que los hombres
  • Se llenen de desprecio hacia sí mismos,
  • Y reconozcan un poder más grande
  • Y una fuerza divina extraordinaria
  • Que a su gusto dirija el universo?
  • Por lo demás, el oro, cobre y hierro,
  • Y la plata y el plomo, se encontraron
  • Cuando devoró el fuego vastas selvas
  • En las montañas, bien cayendo rayos,
  • O bien los hombres peleando en bosques
  • Fuego arrojasen contra el enemigo
  • Para atemorizarle; y ya movidos
  • De la bondad del suelo dispusieron
  • Hacer los bosques tierras labrantías,
  • O bien en praderías convertirlos:
  • O para destruir más fácilmente
  • Las fieras y quedar ricos con ellas:
  • Pues se usaran primero en cacerías
  • Los hoyos y los fuegos que las redes
  • Para cercar un bosque, y las jaurías
  • Que levantan la caza. Cualquier causa
  • Que haya dado principio a aquel incendio,
  • Cuando hubo viva llama devorado
  • Con un horrible estrépito las selvas
  • Hasta la raíz misma, y recocido
  • La tierra con su fuego arroyos de oro
  • Y de plata, además de cobre y plomo,
  • Después de haber corrido por las venas
  • Encendidas del Globo, se juntaron
  • En cavidades; y consolidados,
  • Viendo cómo brillaban en la tierra,
  • Prendados de su brillo y hermosura,
  • Los recogían cuidadosamente:
  • Y observando tenían la figura
  • De aquellas cavidades en que estaban,
  • Pensaron que con fuegos derretidos
  • Se les podía dar cualquiera forma
  • Y cualquiera figura; y golpeando,
  • Hacer se adelgazasen y extendiesen,
  • Y rematasen en aguda punta:
  • Vieron también ser buenos para armas,
  • Para corta de selvas, pulimento
  • De materiales y cuadrar maderos,
  • Para taladros, para excavaciones:
  • Quisieron emplear la plata y oro
  • En los mismos servicios que hizo el cobre,
  • Pero fue en vano, porque no tenían:
  • Bastante consistencia estos metales,
  • Ni la dura fatiga resistían.
  • Tuvo entonces el cobre mayor precio,
  • Y se despreció el oro como inútil
  • Embotando su punta fácilmente:
  • Despréciase ahora el cobre; el oro sube
  • A la mayor estima: de este modo
  • Cambia el tiempo la suerte de las cosas;
  • Lo que antes se estimaba, hoy se desprecia;
  • Lo que no se quería, vale ahora
  • Y se codicia más de día en día,
  • Y es el objeto digno de alabanzas,
  • Y tiene sumo aprecio entre los hombres.
  • Cómo se descubrió el uso del hierro
  • Tú mismo puedes conocerlo, Memmio.
  • Las manos fueron las primeras armas,
  • Y las uñas y dientes; y las piedras,
  • Y las ramas de árboles, y el fuego,
  • Y la llama después que se encontraron.
  • Se supieron después las propiedades
  • Del hierro y cobre; pero el uso de éste
  • Se conoció mucho antes que el del hierro.
  • Por ser más a propósito y copioso,
  • Se labraba la tierra con el cobre,
  • Y con cobre se daban los combates,
  • Se sembraba la muerte. y se robaban
  • Los campos y ganados; pues desnudos
  • E inermes se rendían fácilmente
  • A gente armada: convirtiose el hierro
  • Casi insensiblemente en las espadas,
  • Y llegó a ser tirada con desprecio
  • La hoz de cobre; y a romper el suelo
  • Empezaron con hierro, y decidiose
  • De las batallas la dudosa suerte.
  • Y montar un caballo y gobernarle
  • Con riendas y con frenos, combatiendo
  • Con la mano derecha, fue primero
  • Que arrostrar los peligros de la guerra
  • Sobre un carro que tiran dos caballos;
  • Y precedió este tiro a la cuadriga
  • Y a la invención de los falcados carros.
  • Llegaron a enseñar cartagineses
  • Después al elefante monstruoso,
  • Que lleva torres y la trompa pliega,
  • A recibir heridas en la guerra
  • Y a meter el desorden en las huestes.
  • Así inventó Discordia sanguinaria
  • Medios de asolación uno tras otro,
  • Todos horribles a la humana gente
  • Y un nuevo colmo de terror pusiera
  • A la guerra espantosa cada día:
  • Y se probó también en los combates
  • El furor de los toros, y ensayaron
  • Que embistiesen crueles jabalíes
  • Al enemigo: y los leones bravos
  • En la guerra a los Partos precedían
  • Con conductores bien provistos de armas,
  • Y terribles maestros, destinados
  • A refrenar su ardor con las prisiones:
  • Inútilmente; porque, enardecidos
  • Con la sangre y matanza, derramaban
  • El desorden, crueles por doquiera
  • Sus melenas horribles sacudiendo.
  • Ni dirigir podían los jinetes
  • A los caballos atemorizados
  • Con los rugidos, ni tampoco hacerlos
  • Que volviesen la cara al enemigo.
  • Las leonas, furiosas se arrojaban
  • Del uno al otro ejército saltando,
  • Presentaban su boca amenazante
  • A todos los que al paso se encontraban;
  • Por detrás los cogían descuidados,
  • Y a tierra los echaban destrozados
  • Con garras y con dientes: y los toros
  • Lanzaban por el aire jabalíes,
  • Y después con coraje los pisaban;
  • Las tripas del caballo echaban fuera
  • Metiéndole las astas por debajo,
  • Y después de caído se arrojaban
  • Sobre él, amenazándole de nuevo.
  • Pero empleaban contra sus aliados
  • Los jabalíes sus colmillos fuertes,
  • Y teñían furiosos en su sangre
  • Las armas rotas, y con nueva furia
  • A infantes y jinetes daban muerte.
  • Huían velozmente los caballos
  • De la fiera embestida de sus dientes,
  • Empinándose: puesto que allí vieras
  • Rotos sus corvejones, de repente
  • Abandonar la mole de su cuerpo
  • A pesada caída los caballos.
  • Creyendo que estarían bien domados,
  • De cara encarnizarse los veían
  • En medio de la acción de las heridas,
  • De confusión, espanto, gritos, fuga:
  • No se podía sujetar ninguno;
  • Todos se dispersaban: de manera
  • Que hicieron lo que aún hacen hoy en día
  • Los elefantes en la guerra heridos,
  • Que huyen después de haber desparramado
  • El estrago y la muerte entre las filas
  • Que con tanta bravura defendieron.
  • Sin embargo, no puedo persuadirme
  • De que no hayan previsto de antemano
  • Las comunes desgracias que traería
  • Entre ellos este uso abominable;
  • Y quisiera también que comprendieses
  • En estos males a los varios mundos
  • Que de diverso modo ha construido
  • Naturaleza, y no los limitaras
  • A sólo nuestro mundo: la esperanza
  • De vencer no introdujo estos estragos;
  • Más bien los hombres, que desconfiaban
  • De su número, y armas no tenían,
  • Quisieron, pereciendo en el ataque,
  • Dar que gemir a las contrarias filas.
  • Eran entrelazados los vestidos
  • Primero que el tejido se inventara:
  • El arte de tejer se siguió al hierro;
  • Pues sólo con el hierro hacerse pueden
  • Instrumentos tan finos como husos,
  • Córcolas, lanzaderas y las planchas.
  • A los hombres forzó Naturaleza
  • A trabajar la lana antes que diera
  • Este oficio a las hembras; porque el hombre
  • Tiene mayor industria y sobresale
  • En cualquier arte: empero vergonzoso
  • Pareció a los robustos labradores,
  • Y en manos de las hembras la pusieron,
  • Y para sí dejaron los trabajos
  • Más duros y penosos, y escogieron
  • Fortalecer con ellos cuerpo y manos.
  • Pero enseñó también Naturaleza
  • El arte de plantar y los injertos;
  • Ella dio estas lecciones la primera,
  • Mostrando las semillas y bellotas
  • Que cada una a su tiempo producía
  • Al pie del árbol mismo do cayera
  • Un enjambre de arbustos: desde entonces
  • Gustaron injerir ellos en ramas
  • Renuevos de otra especie, y por los campos
  • Les agradó plantar arbustos nuevos.
  • Hicieron nuevo ensayo cada día
  • En la cultura de su dulce campo,
  • Y veían los frutos más silvestres,
  • Con el blanco cultivo y el cuidado,
  • Llegar a suavizarse. Y obligaron
  • A meterse las selvas hacia el monte
  • De día en día, y a dejar los llanos
  • A la cultura, para que los prados,
  • Los lagos, los arroyos y los frutos
  • Y las viñas alegres ocupasen
  • Los campos y collados, y el olivo
  • Pudiese por el medio derramarse
  • Por cerros y por valles y por campos
  • En tendidas hileras, como ahora
  • Ves la gustosa variedad que ofrecen
  • Las campiñas, doquiera divididas
  • O guarnecidas de árboles frutales.
  • Mas los claros gorjeos de las aves
  • Con la voz se imitaban mucho antes
  • Los oídos con versos armoniosos
  • De melódico son y dulce halago:
  • Y el silbido del céfiro en los huecos
  • De las cañas les dio lección primera
  • De inflar la campesina cañaheja
  • Después, por dedos ágiles tocada,
  • Y acompañada de la voz, la flauta
  • Poco a poco hizo oír sus dulces quejas.
  • Fue inventada en los bosques retirados,
  • En las selvas y montes solitarios,
  • Entre los dulces ocios de pastores.
  • Lentamente va el tiempo de este modo
  • Sacando a luz las artes diferentes,
  • Y el ingenio las va perfeccionando.
  • Suavizaban las penas de la vida
  • Con estos inocentes pasatiempos
  • Cuando acababan la frugal comida,
  • Al tiempo que el descanso es más gustoso,
  • Y así por lo común, ellos, tendidos
  • Sobre la verde grama, al pie del agua
  • De un arroyo, debajo de las ramas
  • De algún árbol erguido a poca costa
  • Gozaban de placeres inocentes,
  • Mas sobre todo en la estación risueña,
  • Cuando con verde hierba engalanaba
  • Y con flores los prados el verano:
  • Entonces era el tiempo de las danzas,
  • Entonces de las pláticas, entonces
  • De las dulces risadas, porque entonces
  • La musa pastoril se remontaba:
  • Los provocaba entonces la alegría
  • A adornarse los hombros y cabeza
  • Con guirnaldas de flores y de hojas,
  • Y herían sus pies rústicos la tierra,
  • Esta madre común, pesadamente
  • Sin compás ni soltura, por lo que eran
  • Las risas e inocentes carcajadas;
  • Haciendo los placeres, más extraños
  • Su misma novedad: y, desvelados,
  • De aquí sacaban ellos sus consuelos,
  • La voz acomodando a varios cantos
  • Y pasando sus labios apretados
  • Sobre sus caramillos. Al presente
  • Recreamos así nuestros desvelos,
  • Y aprendemos la música con reglas;
  • Mas no cogemos frutos tan colmados
  • De la dulzura como los cogía
  • La raza inculta de hijos de la Tierra.
  • Así que, el bien presente preferimos
  • Y nos agrada más suavemente
  • Si otro más superior no conocemos,
  • Y los nuevos inventos perjudican
  • A los antiguos y del todo mudan
  • Nuestros gustos: por eso aborrecimos
  • La bellota; por eso hemos dejado
  • Las camas de los céspedes y hojas:
  • La piel cayó también en el desprecio;
  • Aquel vestido de feroces bestias.
  • ¡Cuánto me temo que la envidia entonces
  • Contra aquel inventor se encarnizase
  • Que la vistió primero asesinando
  • Traidoramente este hombre; y a la postre
  • Los demás entre sí se repartieron
  • La piel sangrienta sin querer dejarla!
  • Porque entonces las pieles, ahora el oro
  • Y púrpura ejercitan a los hombres
  • Con zozobras, combates y fatigas:
  • Nosotros somos más culpables que ellos,
  • Pues sin pieles el frío atormentaba
  • A los desnudos hijos de la Tierra;
  • Nosotros ningún daño recibimos,
  • Careciendo de púrpura y de oro
  • Y de ricos bordados, si tenemos
  • Un vestido común que nos abriga.
  • Así en vano se afana el hombre siempre
  • Y de continuo se atormenta en vano,
  • Y en cuidados superfluos gasta el tiempo,
  • Porque no pone límite al deseo,
  • Y porque no conoce hasta qué punto
  • El placer verdadero va creciendo:
  • Y esto es lo que ha lanzado poco a poco
  • Entre borrascas a la humana vida,
  • Y ha movido unas guerras tan crueles
  • Para arruinar la sociedad entera,
  • El Sol y Luna, estos brillantes globos
  • Que van luciendo alternativamente
  • Por el rico palacio de los cielos,
  • Han dado bien a conocer al hombre
  • Vicisitud constante en estaciones
  • Y de naturaleza el orden cierto.
  • El hombre ya vivía en fuertes torres,
  • Y la tierra se había repartido,
  • Y estaba floreciente su cultura;
  • Florecía la mar con hondas naves;
  • Y por medio de pactos y alianzas
  • Entre sí ya se unían las naciones,
  • Cuando con sus canciones los poetas
  • A transmitir hazañas empezaron
  • A la posteridad: no mucho antes
  • Se inventó la escritura: por lo tanto,
  • De estos antiguos siglos no logramos
  • Más vestigios que aquéllos que entrevemos
  • Por la razón guiados solamente.
  • Y la navegación, la agricultura,
  • La arquitectura, la jurisprudencia,
  • El arte de hacer armas y caminos,
  • De preparar las telas, y las otras
  • Invenciones a estas semejantes,
  • Y aun todas las que son de mero gusto,
  • La pintura, escultura y poesía,
  • Se inventaron a fuerza de experiencias
  • Por la necesidad y por la industria.
  • El tiempo de este modo poco a poco
  • Trae los descubrimientos de las cosas,
  • Y la industria adelanta sus progresos;
  • Pues vemos que el ingenio perfecciona
  • Las artes sin cesar unas con otras,
  • Hasta que logran perfección cumplida.
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